El Parchís
Ahora que proliferan tantos juegos y videojuegos, sobre todo estos últimos, tal vez pueda resultar anacrónico para algunos el traer a colación un juego tan antiguo y con apariencia de poca importancia y entidad como es el parchís.
Estoy seguro de que todos los adultos que lean esta página habrán jugado, aunque sea una vez, al parchís.
Desde luego, se trata de un juego social. No se puede jugar si no es en compañía de, al menos, tres personas. Aunque lo ideal son cuatro ya que el tablero habitual tiene cuatro casilleros.
Lo que me gusta de este juego es que es muy similar a lo que pasa en la vida. No todo depende de la suerte de los dados, ni tampoco de la estrategia a seguir, aunque hay algo que sí que tiene mucha influencia en el resultado: la atención que se tenga sobre lo que pasa en el tablero, la capacidad de asumir riesgos, la generosidad y, sobre todo, la actitud. Si esta última es positiva, aun en la adversidad, las cosas mejoran mucho. En cambio, si decae el ánimo ante las adversidades, es muy probable que las cosas vayan de mal en peor.
No es, tal vez, un juego muy indicado para niños pequeños, a no ser que se suavicen las normas, ya que es fácil que se desmotiven si les comen las fichas con frecuencia. De todas formas, a partir de los siete años ya tienen suficiente madurez para jugar con los padres o familiares que les expliquen bien el juego.
En mi familia, cuando no reunimos a comer algunos fines de semana, no pueden faltar las partidas de parchís; nos reimos, discutimos, gritamos, hablamos de todo..., en fin, pasamos muy buenos momentos.
Muchas veces los padres no sabemos qué podemos hacer para mantener actividades con nuestros hijos en invierno, cuando el mal tiempo no nos permite salir de casa, como no sea a los centros comerciales, y en muchas ocasiones el parchís ha sido un recurso muy agradecido. Es muy barato, comparado con los juegos de mesa modernos, y muy sencillo en sus reglas.
Os lo recomiendo.
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