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lunes, 27 de agosto de 2007

Cuentos, mitos y leyendas

Desde siempre me han fascinado las historias de personajes históricos. Y de entre ellas, las diferentes leyendas y mitos que tratan de explicar el fondo social, la forma de ser y pensar de las sociedades y pueblos del mundo.

De entre todos los protagonistas de esas leyendas o mitos, Prometeo es el que más me ha gustado. Creo que es porque intuyo en su historia la referencia a personajes que ayudaron a la humanidad a superar el estadio de “animales”, para comenzar el arduo camino de llegar a ser “humanos”.
Así que dentro de la pequeña serie de relatos sobre “cuentos, mitos y leyendas”, no me resisto a incluir el relato de la historia de:


Prometeo y el Fuego



El fuego ha parecido siempre a los humanos algo tan portentoso, está su origen tan envuelto en el misterio que, desde los tiempos más remotos, se inventaron leyendas y mitos para explicarlo. La más antigua de esas leyendas es, tal vez, la de Prometeo.

Según los griegos, Prometeo pertenecía a la raza de los Titanes; era, pues, hermano de Atlas, Epimeteo y Menecio, pero muy distinto de ellos, que sólo creían en la fuerza bruta, mientras Prometeo representaba la razón, la inteligencia. Decían también los griegos, en sus viejas leyendas, que era Prometeo quien había creado la raza humana, a la que Atenea –para hacerla capaz de resistir todos los males- dotó con el temor de la liebre, la astucia del zorro, la ambición del pavo real, la ferocidad del tigre y la fuerza del león. Mas no siempre los humanos usaban bien de estos dones, y así se atraían el castigo del Cielo.

De creer en la fábula, fueron muchos los bienes que Prometeo derramó sobre los primeros hombres. Éstos vivían aún en cuevas abiertas entre las rocas, y él les enseñó a hacer casas con troncos de árboles y, más tarde, de ladrillos; fue el primero en uncir el yugo a las bestias fieras, que él convirtió, al domesticarlas, en amigas del hombre; les inició en la ciencia de los números, les infundió la memoria, les enseñó las propiedades de las hierbas medicinales para curar la enfermedad; arrancó a la tierra cobre, hierro, oro y plata; inventó las naves para surcar los mares. Todo esto y más dicen los mitos que Prometeo dio a los hombres.



Y con todo, ellos aún no eran felices. En el comienzo de los tiempos, habían conocido el fuego, pero más tarde Zeus se lo arrebató, en castigo de sus culpas. En vano Prometeo clamaba a favor de la Humanidad ante el enojado Zeus.
-Señor del Olimpo –le decía- , ¿de qué valen los beneficios que derramé sobre los hombres, si les priváis de aquello que les es más necesario? Sin fuego, ¿cómo podrán ablandar un gran número de alimentos, para saciar con ellos su hambre?... ¿Cómo calentarán sus huesos ateridos en las noches del frío invierno? ¿Cómo verán de noche, y cómo ahuyentarán las fieras malignas, si no pueden hacer hogueras ante sus moradas, sean casas o cavernas?... Señor del Olimpo, ¡devolved a los hombres el fuego!...
Pero Zeus fingía no oírle… Entonces Prometeo decidió robar lo que se le negaba. Con ayuda de Atenea, la diosa de la Sabiduría, que ya le había protegido en otras empresas, subió al firmamento, se acercó al carro de Helios, tomó de él el fuego sagrado, y lo bajó a la tierra en un tronco de férula.

Se conmovió el Olimpo:
-¡El fuego! El fuego sagrado, el fuego del Sol, que sólo pertenece a los dioses, ha sido robado por Prometeo, protector de los hombres. ¡Venganza! ¡Venganza!
Zeus juró castigar duramente al osado. Ante todo, llamó a Hefesto, el herrero, y le ordenó forjar una mujer dotada de todas las perfecciones. Y Hefesto obedeció, y aquella mujer, la más bella que jamás existiera, fue presentada a los dioses del Olimpo, que a su vez le otorgaron las más preciosas cualidades. Atenea le enseñó las labores femeniles y Afrodita le dio el poder de enamorar a cuantos la miraran. Hermes le otorgó, con la palabra, el arte de cautivar a quien la escuchara. Por nombre le pusieron Pandora, que significa: “Dotada con todos los dones”.

En tanto, Zeus encerraba, en una preciosa jarra, todos los males, todos los vicios, todos los crímenes y calamidades.
-Toma, Pandora –dijo a la hermosa, entregándole la jarra- , llévala a Prometeo y dile que es un regalo de los dioses. Pero no la abras, ni intentes saber lo que contiene.
Mas sucedió que Prometeo no quiso recibir a Pandora ni, menos, aceptar un regalo de Zeus. Al verse así burlado, Zeus se encolerizó de nuevo. Y otra vez llamó a Hefesto a su presencia:


-Ve, forjador divino –le ordenó-, y que Bía (la Violencia) y Cratos (la Fuerza) te acompañen en la misión de llevar a Prometeo, ladrón del fuego, al monte más alto de la Tierra…
Y he aquí que Prometeo fue vencido, al fin, por Cratos y Bía, terribles mensajeras de Zeus, y conducido a la cima del Cáucaso. Hefesto lamentaba su suerte al tener que someter a terrible tortura al bienhechor de los humanos.
Y allí quedó el desdichado, aherrojado para siempre, diariamente visitado por un águila que acudía para devorarle las entrañas. Hasta que un día, pasados largos años, el gran Heracles, dotado de valor y fuerza sobrenaturales, mataría al águila, rompería los hierros y libertaría a Prometeo encadenado.

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