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domingo, 4 de diciembre de 2016

Física Cuántica y conocimiento Oriental

He encontrado este documental que explica todo lo referente al Ser Humano y la verdad sobre el SER.
No solo es esto, pero lo mejor es verlo.


jueves, 26 de marzo de 2009

Cuento Zen

Una enseñanza acelerada

Matajuro Yagyu, hijo de un célebre Maestro del sable, fue renegado por su padre quien creía que el trabajo de su hijo era demasiado mediocre para poder hacer de él un Maestro. Matajuro, que a pesar de todo había decidido convertirse en Maestro de sable, partió hacia el monte Futara para encontrar al célebre Maestro Banzo. Pero Banzo confirmó el juicio de su padre:

- No reúnes las condiciones.

- ¿Cuántos años me costará llegar a ser Maestro si trabajo duro? - insistió el joven.

- El resto de tu vida - respondió Banzo.

- No puedo esperar tanto tiempo. Estoy dispuesto a soportarlo todo para seguir su enseñanza. ¿Cuánto tiempo me llevará si trabajo como servidor suyo en cuerpo y alma?

- ¡Oh, tal vez diez años!

- Pero usted sabe que mi padre se está haciendo viejo, pronto tendré que cuidar de él. ¿Cuántos años hay que contar si trabajo más intensamente?

- ¡Oh, tal vez treinta años!

- ¡Usted se burla de mí. Antes eran diez, ahora treinta. Créame, haré todo lo que haya que hacer para dominar este arte en el menor tiempo posible!

- ¡Bien, en ese caso, se tendrá que quedar usted sesenta años conmigo! Un hombre que quiere obtener resultados tan deprisa no avanzará rápidamente - explicó Banzo.

- Muy bien - declaró Matajuro, comprendiendo por fin que le reprochaba su impaciencia - acepto ser su servidor.

El Maestro le pidió a Matajuro que no hablara más de esgrima, ni que tocara un sable, sino que lo sirviera, le preparara la comida, le arreglara su habitación, que se ocupara del jardín, y todo esto sin decir una palabra sobre el sable. Ni siquiera estaba autorizado a observar el entrenamiento de los demás alumnos.

Pasaron tres años. Matajuro trabajaba aún. A menudo pensaba en su triste suerte, él, que aún no había tenido la posibilidad de estudiar el arte al que había decidido consagrar su vida.

Sin embargo, un día, cuando hacía las faenas de la casa, rumiando sus tristes pensamientos, Banzo se deslizó detrás de él en silencio y le dio un terrible bastonazo con el sable de madera (boken). Al día siguiente, cuando Matajuro preparaba el arroz, el Maestro le atacó de nuevo de una manera completamente inesperada. A partir de ese día, Matajuro tuvo que defenderse, día y noche, contra los ataques por sorpresa de Banzo.

Debía estar en guardia a cada instante, siempre plenamente despierto, para no probar el sable del Maestro. Aprendió tan rápidamente que su concentración, su rapidez y una especie de sexto sentido, le permitieron muy pronto evitar los ataques de Banzo, el Maestro le anunció que ya no tenía nada más que enseñarle.

martes, 7 de octubre de 2008

Cuentos Zen



Historia de Miau.

Un samurái, feroz guerrero, pescaba apaciblemente a la orilla de un río. Pescó un pez y se disponía a cocinarlo cuando el gato, oculto bajo una mata, dió un salto y le robó su presa. Al darse cuenta, el samurái se enfureció, sacó su sable y de un golpe partió el gato en dos. Este guerrero era un budista ferviente y el remordimiento de haber matado a un ser vivo no le dejaba luego vivir en paz.

Al entrar en casa, el susurro del viento en los árboles murmuraba miau.

Las personas con la que se cruzaba parecían decirle miau.

La mirada de los niños reflejaba maullidos.

Cuando se acercaba, sus amigos maullaban sin cesar.

Todos los lugares y las circunstancias proferían miaus lacerantes. De noche no soñaba más que miaus.

De día, cada sonido, pensamiento o acto de su vida se transformaba en miau.

Él mismo se había convertido en un maullido...

Su estado no hacía más que empeorar. La obsesión le perseguía, le torturaba sin tregua ni descanso. No pudiendo acabar con los maullidos, fue al templo a pedir consejo a un viejo maestro Zen.

-Por favor, te lo suplico, ayúdame, libérame.

El Maestro le respondió:

-Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? Si no puedes vencer por ti mismo los miaus, mereces la muerte. No tienes otra solución que hacerte el haraquiri. Aquí y ahora. -Y añadió-: Sin embargo, soy monje y tengo piedad de ti. Cuando comiences a abrirte el vientre, te cortaré la cabeza con mi sable para abreviar tus sufrimientos.

El samurai accedió y, a pesar de su miedo a la muerte, se preparó para la ceremonia. Cuando todo estuvo dispuesto, se sentó sobre sus rodillas, tomó su puñal con ambas manos y lo orientó hacia el vientre. Detrás de él, de pie, el Maestro blandía su sable.

-Ha llegado el momento -le dijo-, empieza.

Lentamente, el samurai apoyó la punta del cuchillo sobre su abdomen. Entonces, el maestro le preguntó:

-¿Oyes ahora los maullidos?

-Oh, no, ¡Ahora no!

-Entonces, si han desaparecido, no es necesario que mueras.

En realidad, todos somos muy parecidos a ese samurái. Ansiosos y atormentados, miedosos y quejicas, la menor cosa nos espanta. Los problemas que nos preocupan no tienen la importancia que les otorgamos. Son parecidos al miau de la historia.

Ante la muerte, ¿qué cosa hay que importe?


La fotografía la he tomado de nacidaenlapeza

domingo, 28 de septiembre de 2008

Cuentos Zen


El moscardón y el maestro

El calor del verano era sofocante y el sudor corría por la frente del samurái. En el engawa del dojo unas pequeñas campanillas furin pendían de la entrada. Ni siquiera una ligera brisa les arrancaba el más mínimo sonido.

El hombre descalzó sus zoris y subió al entarimado de madera de la entrada, saludó con una reverencia al primogénito del maestro de kenjutsu a cuya lección del día pretendía asistir.

La fama de este maestro era conocida en varias provincias aunque se decía que la edad y la enfermedad estaban minando lentamente la salud del anciano. Pronto su hijo heredaría la escuela y enseñaría en su lugar.

El samurái, afiliado a un clan y experto también en el manejo de la katana y en las técnicas de combate de su propio ryu, tenía permiso expreso de su señor para recorrer el país como lo hacían otros muchos samuráis y ronin en estos tiempos de relativa paz después que los Tokugawa asumieran la dirección del país.

Los alumnos se sentaban en seiza, alineados a lo largo de la pared, en actitud concentrada y respetuosa, esperando la entrada del maestro. El samurái fue conducido por el primogénito hasta el lugar de honor y ambos tomaron asiento, plegando con cuidado sus hakamas. Casi enseguida sus semblantes se volvieron inexpresivos, mirando al frente y entrando en un estado de meditación y recogimiento.

En el silencio del lugar se oía como un trueno, por encima del lejano rumor de las semi eternamente presentes en el verano, el zumbido de un moscardón que vagaba de un lado a otro, posándose donde se le antojaba.

Un instante después el anciano maestro hizo su entrada deslizando muy suavemente sus pies sobre la pulida madera. Después de los saludos rituales, su figura erguida en el centro de la sala era la imagen perfecta del guerrero a punto de comenzar un combate, ese estado de calma, de vacío, de presencia en el instante y a la vez distancia y desapego, característico de los practicantes formados en la Vía.

El maestro desenvainó su katana y en un solo movimiento, continuo, sin interrupciones ni cambios de ritmo perceptibles, trazó dos tajos perfectos en el aire que habrían sido suficientes para terminar con la vida de un enemigo imaginario. La kata continuó.


El silbido producido por la hoja de la espada, similar al de un junco agitado en el aire, pero infinitamente mortal en su sencillez. El tenue deslizar de los pies. El ruido seco de las ropas. Eran los únicos sonidos que se escuchaban. Pero no, también estaba el del dichoso moscardón que había tomado obcecado interés en el maestro y estaba posándose en una de sus manos, justo en uno de los momentos de mayor tensión interior...

El maestro, impasible, continuó la kata, aparentemente ajeno a la tozudez del insecto. Pero al finalizar uno de los giros, cambió el movimiento y lanzó un tajo hacia la pequeña figura negra que escapó milagrosamente.

El samurái tomó nota del hecho, la hoja había pasado muy cerca pero, si la intención era lucirse cortando en el aire al moscardón, el maestro había fallado en su intento.

Cuando al fin el maestro desapareció por una puerta situada al final de la sala, los alumnos levantaron sus frentes del suelo y salieron en silencio, preparándose para una sesión de entrenamiento.

El samurái se acercó al hijo del maestro y comentó en voz baja:

- Es una lastima que el maestro se haga anciano y pierda el pulso que le ha hecho legendario en todo Japón.

- ¿Por qué lo dices? - contestó el primogénito.

- Porque al lanzar ese tajo al moscardón, no ha conseguido alcanzarle, quizás por milímetros, pero se le ha escapado.

El otro hombre sonrió.

- Cierto, ha escapado vivo. Pero no te equivoques... ya no podrá tener descendencia....

sábado, 9 de agosto de 2008

Cuentos Zen


Zen es el nombre de una de las escuelas de Budismo más conocidas y apreciadas en Occidente. Muchos han sido sus grandes maestros y muy antigua es la tradición y enseñanzas Zen.

La mayoría de esas enseñanzas se hallan contenidas en los cuentos y relatos Zen, que se usaban para sembrar en el cuerpo emocional de los discípulos los sentimientos e ideas que caracterizan esta profunda filisofía de la que lo más conocido y divulgado son sus técnicas de lucha o artes marciales.

Sin embargo, en los cuentos Zen se hace hincapié en que lo importante es el sentimiento, el dominio de las emociones y el equilibrio mental.

Os presento aquí un relato del que podéis sacar vuestra propia enseñanza.


El increible Ki

Un Maestro de combate a mano desnuda enseñaba su arte en una ciudad de provincia. Su reputación era tal en la región que nadie podía competir con el. Los demás profesores de artes marciales se encontraban sin discípulos. Un joven experto que había decidido establecerse y enseñar en los alrededores quiso ir un día a provocar a este famoso Maestro con el fin de terminar con su reinado.

El experto se presento en la escuela del Maestro. Un anciano le abrió la puerta y le pregunto que deseaba. El joven anunció sin dudar su intención. El anciano, visiblemente contrariado, le explicó que esa idea era un suicidio ya que la eficacia del Maestro era temible.

El experto, con el fin de impresionar a este viejo medio chocho que dudaba de su fuerza, cogió una plancha de madera que andaba por allí y de un rodillazo la partió en dos. El anciano permaneció imperturbable. El visitante insistió de nuevo en combatir con el Maestro, amenazando con romperlo todo para demostrar su determinación y sus capacidades. El buen hombre le rogó que esperara un momento y desapareció.

Poco tiempo después volvió con un enorme trozo de bambú en la mano. Se lo dio al joven y le dijo:
- El Maestro tiene la costumbre de romper con un puñetazo los bambúes de este grosor. No puedo tomar en serio su petición si usted no es capaz de hacer lo mismo.

El joven presuntuoso se esforzó en hacer con el bambú lo mismo que había hecho con la plancha de madera, pero finalmente renunció, exhausto y con los miembros doloridos. Dijo que ningún hombre podía romper ese bambú con la mano desnuda. El anciano replicó que el Maestro podía hacerlo. Aconsejó al visitante que abandonara su proyecto hasta el momento que fuera capaz de hacer lo mismo. Abrumado, el experto juró volver y superar la prueba.

Durante dos años se entrenó intensivamente rompiendo bambúes. Sus músculos y su cuerpo se endurecían día a día. Sus esfuerzos tuvieron sus frutos y un día se presentó de nuevo en la puerta de la escuela, seguro de sí. Fue recibido por el mismo anciano. Exigió que le trajeran uno de esos famosos bambúes de la prueba y no tardo en calarlo entre dos piedras. Se concentró durante algunos segundos, levanto la mano y lanzando un terrible grito rompió el bambú. Con una gran sonrisa de satisfacción en los labios se volvió hacía el frágil anciano. Este le declaró un poco molesto:
- Decididamente soy imperdonable. Creo que he olvidado precisar un detalle: el Maestro rompe el bambú... sin tocarlo.

El joven, fuera de sí, contestó que no creía en las promesas de este Maestro cuya simple existencia no había podido verificar.

En ese momento, el anciano cogió un bambú y lo ató a una cuerda que colgaba del techo. Después de haber respirado profundamente, sin quitar los ojos de bambú, lanzó un terrible grito que surgió de lo más profundo de su ser, al mismo tiempo que su mano, igual que un sable, hendió el aire y se detuvo a 5 centímetros del bambú... que saltó en pedazos.

Subyugado por el choque que acababa de recibir, el experto se quedó durante varios minutos sin poder decir un palabra, estaba petrificado. Por último pidió humildemente perdón al anciano Maestro por su odioso comportamiento y le rogó que lo aceptara como discípulo.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Cuentos Zen


La Taza de Té
Según una vieja leyenda, un famoso guerrero, va de visita a la casa de un maestro Zen. Al llegar se presenta a éste, contándole de todos los títulos y aprendizajes que ha obtenido en años de sacrificados y largos estudios.

Después de tan sesuda presentación, le explica que ha venido a verlo para que le enseñe los secretos del conocimiento Zen.

Por toda respuesta el maestro se limita a invitarlo a sentarse y ofrecerle una taza de té.
Aparentemente distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro vierte té en la taza del guerrero, y continúa vertiendo té aún después de que la taza está llena.

Consternado, el guerrero le advierte al maestro que la taza ya está llena, y que el té se escurre por la mesa.

El maestro le responde con tranquilidad "Exactamente señor. Usted ya viene con la taza llena, ¿cómo podría usted aprender algo?
Ante la expresión incrédula del guerrero el maestro enfatizó: " A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada".


Las cosas no siempre son lo que parecen
Dos Angeles viajeros se pararon para pasar la noche en el hogar de una familia muy adinerada.

La familia era ruda y no quiso permitirle a los Angeles que se quedaran en la habitación de huéspedes de la mansión. En vez de ser así, a los Angeles le dieron un espacio pequeño en el frío sótano de la casa.

A medida que ellos preparaban sus camas en el duro suelo, el Angel más viejo vio un hueco en la pared y lo reparó. Cuando el Angel más joven preguntó ¿por qué?, el Angel más viejo le respondió:


Las Cosas no siempre son lo que parecen.

La siguiente noche, el par de Angeles vino a descansar en la casa de un señor y una señora, muy pobres, pero el señor y su esposa eran muy hospitalarios.

Después de compartir la poca comida que la familia pobre tenía, la pareja le permitió a los Angeles que durmieran en su cama donde ellos podrían tener una buena noche de descanso.

Cuando amaneció, al siguiente día, los Angeles encontraron bañados en lágrimas al señor y a su esposa. La única vaca que tenían, cuya leche había sido su única entrada de dinero, yacía muerta en el campo.

El Angel más joven estaba furioso y preguntó al Angel más viejo:
¿Cómo pudiste permitir que esto hubiera pasado? El primer hombre lo tenía todo, sin embargo tú lo ayudaste -el Angel más joven le acusaba-. La segunda familia tenía muy poco, pero estaba dispuesta a compartirlo todo, y tú permitiste que la vaca muriera.

Las Cosas no siempre son lo que parecen, -le replicó el Angel más viejo-. Cuando estábamos en aquel sótano de la inmensa mansión, yo noté que había oro almacenado en aquel hueco de la pared. Debido a que el propietario estaba tan obsesionado con avaricia y no dispuesto a compartir su buena fortuna, yo sellé el hueco, de manera tal que nunca lo encontraría. Luego, anoche mientras dormíamos en la cama de la familia pobre, el ángel de la muerte vino en busca de la esposa del agricultor. Y yo le di a la vaca en su lugar.

Las Cosas no siempre son lo que parecen.

Algunas veces, eso es exactamente lo que pasa cuando las cosas no salen como uno espera que salgan.

domingo, 12 de agosto de 2007

Cuentos, fábulas y leyendas






Cuentos Zen

El Increíble Ki

Un Maestro de combate a mano desnuda enseñaba su arte en una ciudad de provincia. Su reputación era tal en la región que nadie podía competir con el. Los demás profesores de artes marciales se encontraban sin discípulos.

Un joven experto que había decidido establecerse y enseñar en los alrededores quiso ir un día a provocar a este famoso Maestro con el fin de terminar con su reinado.

El experto se presento en la escuela del Maestro. Un anciano le abrió la puerta y le pregunto que deseaba. El joven anunció sin dudar su intención. El anciano, visiblemente contrariado, le explicó que esa idea era un suicidio ya que la eficacia del Maestro era temible.

El experto, con el fin de impresionar a este viejo medio chocho que dudaba de su fuerza, cogió una plancha de madera que andaba por allí y de un rodillazo la partió en dos. El anciano permaneció imperturbable. El visitante insistió de nuevo en combatir con el Maestro, amenazando con romperlo todo para demostrar su determinación y sus capacidades. El buen hombre le rogó que esperara un momento y desapareció.

Poco tiempo después volvió con un enorme trozo de bambú en la mano. Se lo dio al joven y le dijo:

- El Maestro tiene la costumbre de romper con un puñetazo los bambúes de este grosor. No puedo tomar en serio su petición si usted no es capaz de hacer lo mismo.

El joven presuntuoso se esforzó en hacer con el bambú lo mismo que había hecho con la plancha de madera, pero finalmente renunció, exhausto y con los miembros doloridos. Dijo que ningún hombre podía romper ese bambú con la mano desnuda. El anciano replicó que el Maestro podía hacerlo. Aconsejó al visitante que abandonara su proyecto hasta el momento que fuera capaz de hacer lo mismo.

Abrumado, el experto juró volver y superar la prueba.

Durante dos años se entrenó intensivamente rompiendo bambúes. Sus músculos y su cuerpo se endurecían día a día. Sus esfuerzos tuvieron sus frutos y un día se presentó de nuevo en la puerta de la escuela, seguro de sí. Fue recibido por el mismo anciano. Exigió que le trajeran uno de esos famosos bambúes de la prueba y no tardo en calarlo entre dos piedras. Se concentró durante algunos segundos, levanto la mano y lanzando un terrible grito rompió el bambú. Con una gran sonrisa de satisfacción en los labios se volvió hacía el frágil anciano. Este le declaró un poco molesto:

- Decididamente soy imperdonable. Creo que he olvidado precisar un detalle: el Maestro rompe el bambú... sin tocarlo.

El joven, fuera de sí, contestó que no creía en las promesas de este Maestro cuya simple existencia no había podido verificar.
En ese momento, el anciano cogió un bambú y lo ató a una cuerda que colgaba del techo. Después de haber respirado profundamente, sin quitar los ojos de bambú, lanzó un terrible grito que surgió de lo más profundo de su ser, al mismo tiempo que su mano, igual que un sable, hendió el aire y se detuvo a 5 centímetros del bambú... que saltó en pedazos.

Subyugado por el choque que acababa de recibir, el experto se quedó durante varios minutos sin poder decir un palabra, estaba petrificado. Por último pidió humildemente perdón al anciano Maestro por su odioso comportamiento y le rogó que lo aceptara como discípulo.


Concentración


Después de ganar varios concursos de arquería, el joven y jactancioso campeón retó a un maestro Zen que era reconocido por su destreza como arquero.

El joven demostró una notable técnica cuando le dió al ojo de un lejano toro en el primer intento, y luego partió esa flecha con el segundo tiro. "Ahí está", le dijo al viejo, "¡a ver si puedes igualar eso!".

Inmutable, el maestro no desenfundo su arco, pero invitó al joven arquero a que lo siguiera hacia la montaña. Curioso sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió hacia lo alto de la montaña hasta que llegaron a un profundo abismo atravesado por un frágil y tembloroso tronco.

Parado con calma en el medio del inestable y ciertamente peligroso puente, el viejo eligió como blanco un lejano árbol, desenfundó su arco, y disparó un tiro limpio y directo.

"Ahora es tu turno", dijo mientras se paraba graciosamente en tierra firme.

Contemplando con terror el abismo aparentemente sin fondo, el joven no pudo obligarse a subir al tronco, y menos a hacer el tiro.

"Tienes mucha habilidad con el arco", dijo el maestro, "pero tienes poca habilidad con la mente que te hace errar el tiro".