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domingo, 11 de abril de 2010

Un cuento que no lo es

Hoy quiero contaros algo que sucedió en Ibi durante el transcurso de la guerra civil, entre los años 1936 y 1939.

Como sabéis, esa guerra enfrentó a las personas en base a sus creencias e ideas politicas concretándose el enfrentamiento en dos bandos bien diferenciados, bandos que aún hoy en día persisten aunque muy diluidos y con ideologías muy difuminadas, aunque por entonces eran diametralmente opuestas y muy viscerales: la izquierda y la derecha.

Cuando se desató la guerra, Ibi y todo su entorno pertenecía a la zona de izquierdas, o zona roja, y algunas personas con odio reprimido y mal gestionado, dirigieron su apasionamiento hacia la violencia y la represión a las gentes con ideas opuestas.

Tanto en un bando como en otro, había personas con bajos instintos y personas con buen corazón. Entre estas últimas estaban los protagonistas de la historia que os quiero contar. Vivían en la calle "el Rebot", un pequeño callejón que une las calles "costera de Sant Antoni" y la "costera de San Francesc", en el barrio de "Les Costeretes", al pie de Santa Lucía, y vivían frente por frente.

Él se llamaba Eduardo, de la familia "Dimonis". Ella era doña Aurora, maestra y mujer influyente en el pueblo y en los círculos eclesiásticos. Como eran de ideas opuestas, su relación se limitaba al saludo cordial y educado, con mucho respeto aunque poco afecto.

Doña Aurora era muy religiosa, y había perdido ya un hijo, llamado Amado, a manos de los "rojos". Vivía casi recluída en su casa, acompañada de su suegra, ya muy anciana, y pasando penurias por la escasez de alimentos que por entonces estaban racionados.

Eduardo vivía con su mujer, eran de izquierdas y desconozco si tenían hijos por entonces, ya que en esta historia no aparecen. Tenía Eduardo un pequeño terreno en la zona de "les Deveses", que cultivaba con tesón y del que sacaba lo que por entonces era el cultivo típico en Ibi: aceite, almendras, uva y algún frutal, además de las verduras y hortalizas de temporada.

Estando, pues, cierto día Eduardo en el campo escuchó de pronto un extraño ruido que fue en aumento, como un rugido, o como un vendaval, y que le fue poniendo los vellos de punta, ya que no veía él motivos para tan extraño fenómeno. Miraba a un lado y otro del bancal y no pudo ver nada fuera de lo común. Olivos, almendros y todo lo demás estaba en su sitio, como siempre, y nada se movía de forma extraña, ni había animal o cosa cercana que pudiese provocar el estruendo.

De pronto escuchó una voz grave y profunda que le decía: "Tio Eduardo, no s'espante. Sóc Amado, el fill de la senyora Aurora. Necessite que faça una cosa per mi: porte-li a ma mare una gerra d'oli, ja que ella no té i la meua iaia la martiritza dient-li que és una mala nora, que la vol fer morir de fam, tirant-li en cara que no és capaç ni tan sols d'aconseguir-li un poc de pa amb oli per a menjar. Diga-li a ma mare que no es preocupe per mi, que jo estic ben ací on estic, Auque em preocupa que ella ho estiga passant tan malament."

Cesó el ruido, cesó el estruendo, aunque Eduardo seguía espeluznado y clavado en el suelo sin poder mover un solo músculo. Cuando pudo volver a ser dueño de su cuerpo, salió disparado a todo correr hacia su casa, dejándose los aperos y las herramientas en el campo, la chaqueta en la pequeña caseta y sin mirar atrás. No supo cómo llegó a su casa, pero el caso es que llegó casi sin resuello, entró asustado se sentó en la entrada dando arcadas por el esfuerzo realizado y sin poder hablar. Su mujer, Ángeles, le preguntaba asustada qué era lo que le pasaba, si es que le había sucedido algún percance, si se encontraba enfermo, pero él no podía hablar. En parte por el esfuerzo y la tremenda carrera que había hecho, pero sobre todo porque todavía llevaba el susto en el cuerpo.

Cuando pudo hablar, entre toses y suspiros, le dijo a su mujer: "Ángeles, porta-li una gerra d'oli a la senyora Aurora, que després et conte el que m'ha passat."

Ángeles, como vió que no podía sacarle más explicaciones a su marido y vió que éste tenía tan gran determinación, llenó una pequeña jarra de aceite y cruzó el callejón entrando en casa de la señora Aurora. Por aquel entonces, todas las casa estaban abiertas y a nadie se le hubiese ocurrido entrar en casa de nadie con malas intenciones.

- ¿"Qui hi ha açí"? - preguntó Ángeles al entrar.
- ¡Hola, Ángeles, bon día! ¿en qué puc ajudar-te? - saludó doña Aurora, extrañada por la inusual e inesperada visita de su vecina.

Ángeles, que no sabía cómo explicarle de una forma coherente el motivo de su visita, titubeó un instante y le dijo un poco nerviosa:

- Pos res, que ha vingut el meu home del bancal i m'ha dit: pórtali una gerreta d'oli a la señó Aurora, que segur que no en tenen i els fará falta. I açí estic, a portar-li esta gerreta!

- Mare de Déu! - le dijo la señora Aurora entre lágrimas. - Moltes gràcies filla! La Mare de Déu t'envía, perque sí que mos fa molta falta, no en tenim gens i la meua sogra em matirissa cada día dien-me que no tinc cor per no fer-li ni tan mateix un poquet de pa n'oli, en la fam que té! Desde que Amado va morir, que no tenim quí mire per mosatros. Que Déu te ho pague filla meua!

Cuando Ángeles volvió a su casa, Eduardo le contó todo lo sucedido en el campo esa mañana, y fueron luego ambos a contárselo a la señora Aurora, a llevarle el mensaje de su hijo Amado, y le llevaron otra jarra de aceite, que ya nunca faltó en casa de la maestra.

Esta historia la contaba la propia señora Aurora a mi madre y a otras compañeras que asistían a las reuniones de Acción Católica que eran tan frecuentes cuando terminó la guerra. Os la cuento porque me parece muy curiosa y característica de aquéllos días. Hoy sería una historia para ser tratada en el programa de Íker Jiménez, ¿no os parece?

sábado, 26 de diciembre de 2009

El cuento como vehículo educativo

La forma más antigua y eficaz de educar es contar cuentos. A través de los cuentos, historias ficticias, aunque estén basadas en hechos reales, se trans miten de forma natural y no forzada los valores y fundamentos de una cultura, de una sociedad ideal, de una forma de convivencia que resulte satisfactoria para todos. Evidentemente, también pueden servir para todo lo contrario.

Recuerdo que, de pequeño, no encontraba mejor medio de pasarlo bien que leyendo cuentos, mitos y leyendas de todo tipo. Y eso me ayudaba a comprender que en el mundo abunda todo tipo de personas y situaciones, las agradables y las desagradables. Y que las personas desagradables lo eran por su propia ignorancia y desconocimiento de los verdaderos valores.

Estamos en Navidad. Es el tiempo en que los niños están más motivados a recibir atención por parte de sus padres y demás familiares. Dejando de lado el hecho religioso (que no a todo el mundo satisface), lo cierto es que son los sentimientos y emociones lo que forman la base de la personalidad, el entramado de las relaciones humanas, y eso es lo que puede hacernos felices o desdichados. Los sentimientos de amistad, amor, empatía, alegría, etc., son típicos en estas fechas. Mucha gente desprecia la Navidad por la hipocresía que rodea esta fiesta, por el consumismo que impera en la sociedad y por lo trasnochado de los valores que, tradicionalmente, envuelven la Navidad.

Sin embargo yo me pregunto: ¿depende de los demás mi escala de valores? ¿Es la sociedad consumista la que me dicta lo que debo o no sentir en Navidad y el resto del año? ¿Tanto me cuesta mirar a las personas de mi entorno con otros ojos, tratando de ver lo que tienen de bueno y positivo? Y otra pregunta más: ¿Cómo me muestro a los demás? ¿Qué opinión tienen los demás de mí, de mis actitudes, de mis actos?

Los cuentos son las semillas que se siembran en la mente y la sensibilidad de los niños y niñas. Junto con el abono de nuestro cariño y comprensión de su realidad, esas semillas formarán la base de su personalidad. Elegir bien los cuentos, valorar adecuadamente las cualidades y habilidades humanas que fomentan, es parte de nuestra función como educadores.

Leer o contar un cuento a nuestros hijos o alumnos, es una de las mejor formas de inculcar en ellos los valores que conforman una personalidad fuerte y estable.


Algunas páginas de cuentos:

.- Cuentos para dormir

.- Los mejores cuentos.

.- Cuentos en inglés.

.- El valor de un cuento.

Las imágenes son del sitio "Encuentos.com"

sábado, 5 de diciembre de 2009

Algunas historias de "El loco"

Hay un viejo adagio que dice que "si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas." Conocí este proverbio en mis años de juventud y caló en mí profundamente. No obstante, a veces se me olvida y digo algunas tonterías innecesarias.

Es por eso que, a veces, paso algún tiempo sin insertar nada en esta bitácora. Son momentos en los que estoy en proceso de digestión interna, de procesos personales de cambio, de momentos en los que se requiere de la quietud del silencio para no incurrir en errores mayores y para dejar madurar el fruto de mi Ser.

Sin embargo, no todo tiene que salir de mis labios o de mis manos. Siempre ha habido buenos pensadores, buenos filósofos y escritores que, antes que nosotros, han dicho cosas útiles y buenas que sirven de inspiración y aliento a los que miramos también hacia dentro.

En esos años de juventud, hubo un filósofo que me impactó: Gibran Khalil Gibran. Y un libro suyo lleno de pequeñas historias que hacen vibrar la parte más profunda de nuestro ser: "El Loco", del que ya inserté un par de narraciones anteriormente.

Me apetece compartir con vosotros algunas historias más.

Los dos sabios.

EN LA ANTIGUA CIUDAD de Afkar vivían dos sabios. Cada uno odiaba y despreciaba la sabiduría del otro, porque uno de ellos negaba la existencia de los dioses y el otro era creyente.

Los dos se encontraron un día en la plaza pública en medio de sus discípulos, y comenzaron a disputar y argumentar sobre la existencia o inexistencia de los dioses. Después de horas de discusión, se separaron.

Aquella noche, el incrédulo fué al templo y se postró ante el altar para implorar perdón a los dioses por sus errores pasados.

Y a la misma hora, el otro sabio, el defensor de los dioses, quemó sus libros sagrados porque había abrazado el ateísmo.


La zorra.


UNA ZORRA miró su sombra al amanecer, y dijo: "Hoy preciso un camello para almorzar."

Y pasó toda la mañana buscando camellos. Pero al medio día volvió a ver su sombra, y dijo: "Con un ratón me bastará."



El perro sabio.

CIERTO DÍA UN PERRO SABIO pasó cerca de un grupo de gatos.

Al aproximarse y ver que estaban muy entretenidos y no se habían dado cuenta de su presencia, se detuvo.

En ese momento, un gato grande y serio se levantó, miró a los demás, y dijo:

--Orad, hermanos; y cuando hayáis rezado y vuelto a rezar, y no tengáis dudas, entonces, en verdad lloverán ratas.

El perro, al oir estas palabras, se rió en su corazón y se alejó diciendo:

--¡Ah, gatos ciegos y locos! ¿Acaso no está escrito y no lo he sabido yo y mis antepasados antes de mí, que lo que llueve a fuerza de oraciones, fe y súplicas, no son ratas sino huesos?

jueves, 26 de marzo de 2009

Cuento Zen

Una enseñanza acelerada

Matajuro Yagyu, hijo de un célebre Maestro del sable, fue renegado por su padre quien creía que el trabajo de su hijo era demasiado mediocre para poder hacer de él un Maestro. Matajuro, que a pesar de todo había decidido convertirse en Maestro de sable, partió hacia el monte Futara para encontrar al célebre Maestro Banzo. Pero Banzo confirmó el juicio de su padre:

- No reúnes las condiciones.

- ¿Cuántos años me costará llegar a ser Maestro si trabajo duro? - insistió el joven.

- El resto de tu vida - respondió Banzo.

- No puedo esperar tanto tiempo. Estoy dispuesto a soportarlo todo para seguir su enseñanza. ¿Cuánto tiempo me llevará si trabajo como servidor suyo en cuerpo y alma?

- ¡Oh, tal vez diez años!

- Pero usted sabe que mi padre se está haciendo viejo, pronto tendré que cuidar de él. ¿Cuántos años hay que contar si trabajo más intensamente?

- ¡Oh, tal vez treinta años!

- ¡Usted se burla de mí. Antes eran diez, ahora treinta. Créame, haré todo lo que haya que hacer para dominar este arte en el menor tiempo posible!

- ¡Bien, en ese caso, se tendrá que quedar usted sesenta años conmigo! Un hombre que quiere obtener resultados tan deprisa no avanzará rápidamente - explicó Banzo.

- Muy bien - declaró Matajuro, comprendiendo por fin que le reprochaba su impaciencia - acepto ser su servidor.

El Maestro le pidió a Matajuro que no hablara más de esgrima, ni que tocara un sable, sino que lo sirviera, le preparara la comida, le arreglara su habitación, que se ocupara del jardín, y todo esto sin decir una palabra sobre el sable. Ni siquiera estaba autorizado a observar el entrenamiento de los demás alumnos.

Pasaron tres años. Matajuro trabajaba aún. A menudo pensaba en su triste suerte, él, que aún no había tenido la posibilidad de estudiar el arte al que había decidido consagrar su vida.

Sin embargo, un día, cuando hacía las faenas de la casa, rumiando sus tristes pensamientos, Banzo se deslizó detrás de él en silencio y le dio un terrible bastonazo con el sable de madera (boken). Al día siguiente, cuando Matajuro preparaba el arroz, el Maestro le atacó de nuevo de una manera completamente inesperada. A partir de ese día, Matajuro tuvo que defenderse, día y noche, contra los ataques por sorpresa de Banzo.

Debía estar en guardia a cada instante, siempre plenamente despierto, para no probar el sable del Maestro. Aprendió tan rápidamente que su concentración, su rapidez y una especie de sexto sentido, le permitieron muy pronto evitar los ataques de Banzo, el Maestro le anunció que ya no tenía nada más que enseñarle.

viernes, 20 de marzo de 2009

Maça hi haurá per a tots!

Vaig a contar-vos un conte que vaig escoltar en la meua infància i la meua joventut, molt famós en el meu poble, Ibi, i que il·lustra els perills de l'excessiva confiança en els altres.

Hi havia un vellet octogenari, a què direm tio Quico, els fills del qual no demostraven cap a ell sinó el desgrat que els produïa haver de cuidar d'ell cada mes, per torns.

El tio Quico era conscient que l'únic interés dels seus fills era repartir-se la poca o molta herència que els corresponia i que no intentaven dissimular quan li demanaven que la repartira entre ells abans de morir per a, d'esta manera, evitar les disputes entre ells.

Però ell temia que, si repartia l'herència, ells perdrien l'interés per cuidar d'ell i es veuria sumit en la misèria ja que, per aquell llavors –finals del XIX- no existia la pensió per jubilació i les persones ancianes depenien dels seus estalvis, del seu treball o dels seus fills.

Així és que va prendre la decisió de no repartir l'herència i, sobretot, augmentar el seu interés a cuidar-lo portant sempre amb si un xicotet cofre tancat amb clau i que contenia tot el seu capital. Totes les nits, abans de gitar-se, l'ancià feia sonar les monedes que contenia el cofre comptant i recomptant el seu contingut. Els fills escoltaven la dringadissa de les monedes i li preguntaven a son pare pel contingut del cofre.

--Massa hi haurà per a tots –Responia el tio Quico.

Els fills, convençuts que son pare disposava de molts diners en el cofre, van començar a mostrar més interés a cuidar-lo i complimentar-lo per a obtindre així el seu favor i veure's beneficiats en el repartiment de l'herència. Abans li donaven de menjar el que no li agradava i en poca quantitat amb l'esperança que no durara molt, i ara l'afavorien amb els millors plats i en abundància i es desvivien perquè estiguera còmode i feliç en les seues cases donant-li la millor habitació de la casa perquè se sentira còmode i no sentira desitjos d'anar a casa dels altres fills.

--Massa hi haurà per a tots –Contestava cada vegada que li mencionaven el cofre i el seu contingut--. No vos preocupeu que massa hi haurà per a tots.

I així van passar els pocs anys que li quedaven al tio Quico omplit d'atencions i sent el centre d'interés de tota la família.

Per fi, va arribar el fatal dia en què l'ancià va abandonar este món i, després de l'enterrament, els fills es van afanyar a descobrir el contingut del misteriós cofre del iaio.

I quan el van obrir, van descobrir en el seu interior un poc de diners, una maça de picar espart i una nota que Deia: “QUI DONACIÓ DE BÉNS EN VIDA FAÇA, QUE LI XAFEN EL CAP AMB ESTA MAÇA".

I gràcies a l'astúcia del tio Quico, va poder passar els seus últims anys feliços i ben atés pels seus fills.

I conte contat, ja s'ha acabat.

Si queréis leerlo en castellano, pinchad este enlace

viernes, 13 de febrero de 2009

La historia de aquél que cavó su fosa

Cuento sufí:

Hace mucho tiempo hubo un rey que detestaba las luces por la noche, por lo que decía:

-Allah nos ha dado las estrellas y la luna y en la noche hace desaparecer el sol para que podamos dormir. Y, ¿durmiendo quién necesita luz? Por lo tanto esta misma noche no habrá ninguna luz prendida por el hombre en toda mi ciudad. Y si alguien encendiera una, morirá.

Esa misma noche, cuando oscureció, el rey miró hacia fuera desde una de las ventanas de su palacio y vio que toda la ciudad estaba a oscuras. Llamó a su visir y le ordenó que trajera disfraces diciendo:

-Saldremos a la ciudad y miraremos si alguien ha sido capaz de desobedecer nuestra orden.

Caminaron por todos los lugares y no vieron ninguna luz, pero cuando llegaron a la periferia de la ciudad vieron un débil brillo de luz y se dirigieron hacia él. Descubrieron que provenía de un café y que la luz no era más que una mecha sobre un plato de aceite. El rey y su visir entraron, se sentaron y pidieron café. Un joven se los trajo y era la única persona que había en el lugar.

El rey tomó su café, bebió un vaso de agua y le preguntó al joven:
-¿Te gusta el rey de este país?

El joven respondió:
-Para algunos será suficientemente bueno, pero para nosotros no lo es, y no me gusta.

Entonces el monarca dijo:
-Pienso que el rey es bueno y es el mejor de los gobernantes. Y desde su sabiduría ha prohibido la luz. ¿Cómo es que tienes una luz en tu negocio?

El joven respondió:
-¿Viene alguien a tomar café en la oscuridad? ¿Usted habría encontrado este lugar y estaría aquí ahora tomando café si no hubiera visto la luz? En este lugar nos ganamos la vida mi madre y yo y comeremos con lo que hemos ganado con su café. El rey no piensa en nosotros y no le importamos. Él sólo se sienta en su palacio y hace leyes tontas aconsejado por un malvado visir, cuyo único interés es hacer dinero con la expansión del reino.

El visir llevó la mano a su daga, pero el rey le hizo señas para que no hiciera nada. El muchacho prosiguió:

-Pero no le digan al rey que tengo luz aquí y no le cuenten mis palabras. Recuerden que aquel que cava una fosa para su hermano cae él mismo en ella.

Entonces el rey dijo:
-¿Qué es lo que has dicho?

El joven respondió:
-Dije, que aquel que cava una fosa para su hermano, cae él mismo en ella.

El rey quedó muy complacido con las palabras del muchacho, entonces le dijo:
-Sabes que yo soy el mismo rey y él es el visir. Te perdono por la luz dado que la necesitas para tu café. Y te perdono tus palabras dado que has dicho lo que estaba en tu corazón. Y como los reyes estamos necesitados de consejos sabios, vendrás todos los días a verme a mi corte y me dirás este mismo sabio consejo y yo te premiaré dándote oro.

El joven quedó muy complacido con las palabras del rey, pero el visir no, porque pensó que este joven volvería contra él el favor del rey. Todos los días el joven iba al palacio y decía esas palabras al rey y el rey lo premiaba con oro. Al rey le gustaba el joven y le concedió un manto de honor , tierras y riquezas.

Pero un día el visir se presentó delante del rey y le dijo:
-¡Oh!, mi maestro, hay algo que no me gustaría hablar.

-¿Qué es?, -preguntó el Rey.

El Visir contestó:
-El joven que viene a verte todos los días me habló diciendo; dile al rey que un olor feo sale de su boca, tiene un aliento horrible. Dile por favor que vuelva su cabeza cuando me hable para que no me enferme con semejante olor.

El rey se puso negro de furia y dijo:
-¡Qué vuelva la cabeza! Yo soy el rey y prefiero cortar cabezas. ¡Envíamelo!

Entonces el visir fue a buscar al joven y le dijo:
-El rey reclama tu presencia. Y me pidió que te dijera que un olor muy feo sale de tu boca. Por lo que es mejor que te cubras el rostro con tu manto cuando entres y vuelvas tu cabeza cuando hables.

Y el joven fue al rey y lo saludó. Se cubrió el rostro con su manto y desvió hacia un lado su rostro. Esto hizo que el rey se encolerizara y concibió cortarle la cabeza, cuando vio que el joven se volvía hacia un lado.

El rey le dijo al joven:
-Tengo la intención de hacerte el más feliz de todos mis súbditos. Entonces cogió papel y pluma y escribió una carta al capitán de la guardia del tesoro, la selló para que no pudiera ser abierta y se la entregó al joven diciéndole:

-Esto es una orden para que el capitán de la guardia del tesoro pague al portador la suma de cien mil dinares de oro. Ve y toma tu oro.

El visir se fue detrás del joven y había oído las palabras del Rey, sin saber cual era su plan, pensó:
-Mi plan ha fallado dado que le rey debe amar a este joven y no se ha enfurecido por su insulto. Ahora este joven será el más rico del país. Y empezó a pensar en la peor villanía posible. El no sabía que el rey había escrito “corte la cabeza al portador de esta carta”. Por lo que el visir fue detrás del joven y le dijo:

-Felicidades por tu buena suerte y te propongo ahora que eres rico me permitas ser tu sirviente. Seguro que los tesoros te engañaran, porque ¿sabes acaso contar semejante suma de oro? Por lo que dame tu carta y yo cobraré el dinero y te lo llevaré a tu casa con mis propios sirvientes.

El joven que era confiado le dio la carta y se fue a su casa a esperar al visir. El visir fue a al capitán del tesoro, le dio la carta éste la abrió y la leyó, al momento mandó a sus soldados que lo detuvieron y a pesar de sus gritos le cortaron la cabeza con una espada.

El rey que esperaba a su visir, al ver que no llegaba, mandó buscarle y así supo lo que había pasado. Quedó estupefacto por la noticia sin comprender qué había sucedido, de modo que mandó llamar al joven para le explicara. El joven le contó todo lo concerniente al visir y agregó:

-Vuestro aliento es dulce, pero el visir me dijo que mi aliento era pestilente.

El Rey complacido premió al joven y le convirtió en su visir de confianza en lugar de aquel que había cavado su fosa.

martes, 20 de enero de 2009

Cuento chino

Se suele usar la expresión "cuento chino" para señalar que una cosa es incríble o que no tiene fundamento razonable.

China es un país con una cultura y una tradición diferente por completo a la cultura y psicología occidental. Un país fascinante, misterioso e inquietante al que, para conocerlo, es preciso acercarse con la mente abierta y libre de ideas preconcebidas.

A través de sus cuentos y leyendas es como más fácil se puede iniciar uno en este acercamiento.

Hoy os muestro un ejemplo de cuento chino de verdad. Se trata de un cuento anónimo, pertenenciente a la dinastía Tang, de los siglos VII al X.


El encanto



Ch´ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y apuesto. Habían crecido juntos y, como el señor Chang Yi quería mucho al muchacho, dijo que lo aceptaría de yerno. Ambos escucharon la promesa, y como estaban siempre juntos, el amor aumentó día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre no lo advirtió. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija y el señor Chang Yi , olvidando su antigua promesa, consintió.

Ch´ienniang, debiendo elegir entre el amor y el respeto que le debía a su padre, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que decidió abandonar el país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y le comunicó a su tío que debía marchar a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero, regalos, y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, pasó cavilando todo el tiempo de la fiesta, diciéndose que era mejor partir y no empeñarse en un amor imposible.

Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas millas cuando cayó la noche. Le dijo al marinero que amarrara la embarcación y que descansaran, pero por más que se esforzó no pudo conciliar el sueño. Hacia la medianoche, oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó:

-¿Quién anda ahí, a estas horas de la noche?

-Soy yo, soy Ch´ienniang.

Sorprendido y feliz, Wang Chu la hizo entrar a la embarcación. Ella le dijo que el padre había sido injusto con él y que no podía resignarse a la separación. También ella había temido que Wang Chu, en su desesperación, se viera arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la cólera de los padres y la reprobación de la gente y había venido para seguirlo a donde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szechuen.

Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias de la familia y Ch´ienniang pensaba cada vez más en su padre. Ésta era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no, y una noche le confió a Wang Chu su pena.


-Eres una buena hija -dijo él- ya han pasado cinco años y se les debe de haber pasado el enojo. Volvamos a casa.

Ch´ienniang se regocijó y se aprestaron a regresar con los niños.

Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch´ienniang.

-No sabemos cómo encontraremos a tus padres. Déjame ir antes a averiguarlo.

Al divisar la casa, sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chang Yi lo miró asombrado y le dijo:

-¿De qué hablas? Hace cinco años Ch´ienniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.

-No comprendo -dijo Wang Chu- ella está perfectamente sana y nos espera a bordo.

Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch´ienniang.

La encontraron sentada en la embarcación bien ataviada y contenta. Maravillada, las doncellas volvieron y aumentó el asombro de Chang Yi.

Entretanto, la enferma había oído las noticias y parecía haberse curado: sus ojos brillaban con una nueva luz. Abandonó el lecho y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación.

La que estaba a bordo iba hacia la casa: se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y sólo quedó una Ch´ienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios.

Por más de cuarenta años, Wang Chu y Ch´ienniang vivieron juntos y fueron felices.

FIN
Sacado de "Ciudad Seva"

domingo, 21 de diciembre de 2008

Cuento de Navidad

RECUERDOS DE UNA MAÑANA DE NAVIDAD

No lo creí. Los ángeles tenían cosas más importantes que hacer con su tiempo que observar si yo era un niño bueno o malo. Aun con mi limitada sabiduría de un niño de siete años, había decidido que, en el mejor de los casos, el Ángel sólo podía vigilar a dos o tres muchachos a la vez... y ¿por qué habría de ser yo uno de éstos? Las ventajas, ciertamente, estaban a mi favor. Y, sin embargo, mamá, que sabía todo, me había repetido una y otra vez que el Ángel de la Navidad sabía, veía y evaluaba todas nuestras acciones y que no podíamos compararlo con cualquier cosa que pudiéramos entender nosotros, los ignorantes seres humanos. De todos modos, no estaba muy seguro de creer en el Ángel de la Navidad.

Todos mis amigos del barrio me dijeron que Santa Claus era el que llegaba la víspera de la Navidad y que nunca supieron de un ángel que llevara regalos. Mamá vivió en América durante muchos años y bendecía a su nueva tierra como su hogar permanente, pero siempre fue tan italiana como la polenta y, para ella, siempre sería un ángel. "Quién es este Santa Claus?", solía decir. "Y, ¿qué tiene que ver con la Navidad?".

Además, debo reconocer que nuestro ángel italiano me impresionaba mucho. Santa Claus siempre era más generoso e imaginativo. Les llevaba a mis amigos bicicletas, rompecabezas, bastones de caramelo y guantes de béisbol. Los ángeles italianos siempre llevaban manzanas, naranjas, nueces surtidas, pasas, un pequeño pastel y unos pequeños dulces redondos de ‘orosuz’ que llamábamos bottone di prete (botones de sacerdote) porque se parecían a los botones que veíamos en la sotana del padrecito. Además, el Ángel siempre ponía en nuestras medias algunas castañas importadas, tan duras como las piedras. Debo admitir que nunca supe qué hacer con las castañas.

Finalmente se las dábamos a mamá para que las hirviera hasta que se sometieran y luego las pelábamos y las comíamos de postre después de la cena de Navidad. Parecía un regalo poco apropiado para un niño de seis o siete años. A menudo pensé que el Ángel de la Navidad no era muy inteligente.

Cuando cuestioné a mamá acerca de esto, ella solía contestar que no me correspondía a mí, "que todavía era un muchachito imberbe", poner en tela de juicio a un ángel, especialmente al Ángel de la Navidad.

En esta época navideña en particular, mi comportamiento de niño de siete años era todo menos ejemplar. Mis hermanos y hermanas, todos mayores que yo, por lo visto nunca causaban problemas. En cambio yo siempre estaba en medio de todos los problemas. A la hora de la comida aborrecía todo. Me obligaban a probar un poco di tutto (de todo) y cada comida se convertía en un reto... Felice, como me llamaba la familia, contra el mundo de los adultos. Yo era el que nunca me acordaba de cerrar la puerta del gallinero, el que prefería leer a sacar la basura y el que, sobre todo, reclamaba todo lo que mamá y papá hacían, sentían u ordenaban. En pocas palabras, era un niño malcriado.

Cuando menos un mes antes de la Navidad, mamá me advertía: "Te estás portando muy mal, Felice. Los ángeles de la Navidad no llevan regalo a los niños malcriados. Les llevan un palo de durazno para pegarte en las piernas. De modo que – me amenazaba – más vale que cambies tu comportamiento. Yo no puedo portarme bien por ti. Sólo tu puedes optar por ser un buen niño".

"¿Qué me importa? – contestaba yo - . De todos modos el ángel nunca me trae lo que quiero. "Y durante las siguientes semanas hacía muy poco para ‘mejorar mi comportamiento’.

Como sucede en la mayoría de los hogares, la Nochebuena era mágica. A pesar de que éramos muy pobres, siempre teníamos comida especial para la cena. Después de cenar nos sentábamos alrededor de la vieja estufa de leña que era el centro de nuestras vidas durante los largos meses de invierno y platicábamos y reíamos y escuchábamos cuentos. Pasábamos mucho tiempo planeando la fiesta del día siguiente, para la cual nos habíamos estado preparando toda la semana. Como éramos una familia católica, todos íbamos a confesarnos y después nos dedicábamos a decorar el árbol. La noche terminaba con una pequeña copa del maravilloso zabaglione de mamá. ¡No importaba que tuviera un poco de vino; la Navidad sólo llegaba una vez al año!

Estoy seguro de que sucede con todos los niños, pero era casi imposible dormir en la Nochebuena. Mi mente divagaba. No pensaba en las golosinas, sino que me preocupaba seriamente la posibilidad de que el ángel de la Navidad no llegara a mi casa o que se le acabaran los regalos. Me emocionaba mucho la posibilidad de que Santa Claus olvidara que éramos italianos y de cualquier modo nos visitara sin darse cuenta de que el Ángel ya me había visitado. ¡Así recibiría el doble de todo!

¿Por qué sucede que en la mañana de Navidad, por poco que se duerma la noche anterior, nunca resulta difícil despertar y levantarnos? Así ocurrió esa mañana en particular. Fue cuestión de minutos, después de escuchar los primeros movimientos, para que todos nos levantáramos y saliéramos disparados hacia la cocina y el tendedero donde estaban colgadas nuestras medias y debajo de éstas se encontraban nuestros brillantes zapatos recién lustrados.

Todo estaba tal como lo habíamos dejado la noche anterior. Excepto que las medias y los zapatos estaban llenos hasta el tope con los generosos regales del Ángel de la Navidad... es decir, todos excepto los míos. Mis zapatos, muy brillantes, estaban vacíos. Mis medias colgaban sueltas en el tendedero y también estaban vacías, pero de una de ellas salía una larga rama seca de durazno.
Alcancé a ver las miradas de horror en los rostros de mi hermano y mis hermanas. Todos nos detuvimos paralizados. Todos los ojos se dirigieron hacia mamá y papá y luego regresaron a mí.

- Ah, lo sabía – dijo mamá -. Al Ángel de la Navidad no se le va nada. El Ángel sólo nos deja lo que merecemos.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Mis hermanas trataron de abrazarme para consolarme, pero las rechacé con furia.

- Ni quería esos regalos tan tontos – exclamé -. Odio a ese estúpido Ángel. Ya no hay ningún Ángel de la Navidad.

Me dejé caer en los brazos de mamá. Ella era una mujer voluminosa y su regazo me había salvado de la desesperación y de la soledad en muchas ocasiones. Noté que ella también lloraba mientras me consolaba. También papá. Los sollozos de mis hermanas y los lloriqueos de mi hermano llenaron el silencio de la mañana.

Después de un rato, mi madre dijo, como si estuviera hablando con ella misma:
- Felice no es malo. Sólo se porta mal de vez en cuando. El Ángel de la Navidad lo sabe. Felice sería un niño bueno si hubiera querido, pero este año prefirió ser malo. No le quedó alternativa al Ángel. Tal vez el próximo año decida portarse mejor. Pero, por el momento, todos debemos ser felices de nuevo.

De inmediato todos vaciaron el contenido de sus zapatos y medias en mi regazo.

- Ten – me dijeron -, toma esto.

En poco tiempo otra vez la casa estaba llena de alegría, sonrisas y conversación. Recibí más de lo que cabía en mis zapatos y medias.

Mamá y papá habían ido a misa temprano, como de costumbre. Juntaron las castañas y empezaron a hervirlas durante muchas horas en una maravillosa agua llena de especias y había otra olla hirviendo entre las salsa. Los más delicados olores surgieron del horno como mágicas pociones. Todo estaba preparado para nuestra milagrosa cena de Navidad.

Nos alistamos para ir a la iglesia. Como era su costumbre, mamá nos revisó, uno por uno; ajustaba un cuello aquí, jalaba el cabello por allá, una caricia suave para cada uno... Yo fui el último. Mamá fijó sus enormes ojos castaños en los míos.


- Felice – me dijo -, ¿entiendes por qué el Ángel de la Navidad no pudo dejarte regalos?- Sí – respondí.- El Ángel nos recuerda que siempre tendremos lo que merecemos. No podemos evadirlo. Algunas veces resulta difícil entenderlo y nos duele y lloramos. Pero nos enseña lo que está bien hecho y lo que está mal y, así, cada año seremos mejores.

No estoy muy seguro de haber entendido en aquellos momentos lo que mamá quiso decirme. Sólo estaba seguro de que yo era amado; que me habían perdonado por cualquier cosa que hubiese hecho y que siempre me darían otra oportunidad.

Jamás he olvidado aquella Navidad tan lejana. Desde entonces, la vida no siempre ha sido justa ni tampoco me ha ofrecido lo que creí merecer, ni se me ha recompensado por portarme bien. A lo largo de los años he llegado a comprender que he sido egoísta, malcriado, imprudente y quizá, en ocasiones, hasta cruel... pero nunca olvidé que cuando hay perdón, cuando las cosas se comparten, cuando se da otra oportunidad y amor sin límite, el Ángel de la Navidad siempre está presente y siempre es Navidad.

He encontrado este cuento en El Almanaque

martes, 2 de diciembre de 2008

El Veredicto


Este cuento que voy a trasladar ahora me ha parecido oportuno por el especial momento que vamos a vivir mucha gente que dependemos de un sueldo, o que, siendo autónomos, dependemos de la salud del sistema económico.

El Veredicto

Cuenta una antigua leyenda que en la Edad media un hombre muy Virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer.

En realidad el verdadero autor era una persona muy influyente del Reino y por eso desde el primer momento se procuró un chivo expiatorio para encubrir al culpable.

El hombre fue llevado a juicio, ya conociendo que tendría escasas o nulas posibilidades de escapar al terrible veredicto... la horca!!!!

El Juez, también complotado, cuidó no obstante dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado:

- "Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor vamos a dejar en manos de Él tu destino, vamos a escribir en dos papeles separados las palabras culpable e inocente. Tu escogerás y será la mano de Dios la que decida tu destino."

Por supuesto el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda CULPABLE y la pobre víctima, aun sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria.

El Juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Este respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse abrió los ojos y con una extraña sonrisa tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca lo tragó rápidamente.

Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon airadamente:

- "Pero qué hizo??? Y ahora, cómo vamos a saber el veredicto?"

- "Es muy sencillo respondió el hombre. Es cuestión de leer el papel que queda y sabremos lo que decía el que me tragué".

Con rezongos y bronca mal disimulada debieron liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.

Moraleja: SÉ CREATIVO, CUANDO TODO PAREZCA PERDIDO, USA LA IMAGINACIÓN.


Mirad qué cosas hay por ese Universo. Si bonito es lo que ha recogido el telescopio Hubble, con la música de Vangelis es ya sublime...

martes, 7 de octubre de 2008

Cuentos Zen



Historia de Miau.

Un samurái, feroz guerrero, pescaba apaciblemente a la orilla de un río. Pescó un pez y se disponía a cocinarlo cuando el gato, oculto bajo una mata, dió un salto y le robó su presa. Al darse cuenta, el samurái se enfureció, sacó su sable y de un golpe partió el gato en dos. Este guerrero era un budista ferviente y el remordimiento de haber matado a un ser vivo no le dejaba luego vivir en paz.

Al entrar en casa, el susurro del viento en los árboles murmuraba miau.

Las personas con la que se cruzaba parecían decirle miau.

La mirada de los niños reflejaba maullidos.

Cuando se acercaba, sus amigos maullaban sin cesar.

Todos los lugares y las circunstancias proferían miaus lacerantes. De noche no soñaba más que miaus.

De día, cada sonido, pensamiento o acto de su vida se transformaba en miau.

Él mismo se había convertido en un maullido...

Su estado no hacía más que empeorar. La obsesión le perseguía, le torturaba sin tregua ni descanso. No pudiendo acabar con los maullidos, fue al templo a pedir consejo a un viejo maestro Zen.

-Por favor, te lo suplico, ayúdame, libérame.

El Maestro le respondió:

-Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? Si no puedes vencer por ti mismo los miaus, mereces la muerte. No tienes otra solución que hacerte el haraquiri. Aquí y ahora. -Y añadió-: Sin embargo, soy monje y tengo piedad de ti. Cuando comiences a abrirte el vientre, te cortaré la cabeza con mi sable para abreviar tus sufrimientos.

El samurai accedió y, a pesar de su miedo a la muerte, se preparó para la ceremonia. Cuando todo estuvo dispuesto, se sentó sobre sus rodillas, tomó su puñal con ambas manos y lo orientó hacia el vientre. Detrás de él, de pie, el Maestro blandía su sable.

-Ha llegado el momento -le dijo-, empieza.

Lentamente, el samurai apoyó la punta del cuchillo sobre su abdomen. Entonces, el maestro le preguntó:

-¿Oyes ahora los maullidos?

-Oh, no, ¡Ahora no!

-Entonces, si han desaparecido, no es necesario que mueras.

En realidad, todos somos muy parecidos a ese samurái. Ansiosos y atormentados, miedosos y quejicas, la menor cosa nos espanta. Los problemas que nos preocupan no tienen la importancia que les otorgamos. Son parecidos al miau de la historia.

Ante la muerte, ¿qué cosa hay que importe?


La fotografía la he tomado de nacidaenlapeza

domingo, 28 de septiembre de 2008

Cuentos Zen


El moscardón y el maestro

El calor del verano era sofocante y el sudor corría por la frente del samurái. En el engawa del dojo unas pequeñas campanillas furin pendían de la entrada. Ni siquiera una ligera brisa les arrancaba el más mínimo sonido.

El hombre descalzó sus zoris y subió al entarimado de madera de la entrada, saludó con una reverencia al primogénito del maestro de kenjutsu a cuya lección del día pretendía asistir.

La fama de este maestro era conocida en varias provincias aunque se decía que la edad y la enfermedad estaban minando lentamente la salud del anciano. Pronto su hijo heredaría la escuela y enseñaría en su lugar.

El samurái, afiliado a un clan y experto también en el manejo de la katana y en las técnicas de combate de su propio ryu, tenía permiso expreso de su señor para recorrer el país como lo hacían otros muchos samuráis y ronin en estos tiempos de relativa paz después que los Tokugawa asumieran la dirección del país.

Los alumnos se sentaban en seiza, alineados a lo largo de la pared, en actitud concentrada y respetuosa, esperando la entrada del maestro. El samurái fue conducido por el primogénito hasta el lugar de honor y ambos tomaron asiento, plegando con cuidado sus hakamas. Casi enseguida sus semblantes se volvieron inexpresivos, mirando al frente y entrando en un estado de meditación y recogimiento.

En el silencio del lugar se oía como un trueno, por encima del lejano rumor de las semi eternamente presentes en el verano, el zumbido de un moscardón que vagaba de un lado a otro, posándose donde se le antojaba.

Un instante después el anciano maestro hizo su entrada deslizando muy suavemente sus pies sobre la pulida madera. Después de los saludos rituales, su figura erguida en el centro de la sala era la imagen perfecta del guerrero a punto de comenzar un combate, ese estado de calma, de vacío, de presencia en el instante y a la vez distancia y desapego, característico de los practicantes formados en la Vía.

El maestro desenvainó su katana y en un solo movimiento, continuo, sin interrupciones ni cambios de ritmo perceptibles, trazó dos tajos perfectos en el aire que habrían sido suficientes para terminar con la vida de un enemigo imaginario. La kata continuó.


El silbido producido por la hoja de la espada, similar al de un junco agitado en el aire, pero infinitamente mortal en su sencillez. El tenue deslizar de los pies. El ruido seco de las ropas. Eran los únicos sonidos que se escuchaban. Pero no, también estaba el del dichoso moscardón que había tomado obcecado interés en el maestro y estaba posándose en una de sus manos, justo en uno de los momentos de mayor tensión interior...

El maestro, impasible, continuó la kata, aparentemente ajeno a la tozudez del insecto. Pero al finalizar uno de los giros, cambió el movimiento y lanzó un tajo hacia la pequeña figura negra que escapó milagrosamente.

El samurái tomó nota del hecho, la hoja había pasado muy cerca pero, si la intención era lucirse cortando en el aire al moscardón, el maestro había fallado en su intento.

Cuando al fin el maestro desapareció por una puerta situada al final de la sala, los alumnos levantaron sus frentes del suelo y salieron en silencio, preparándose para una sesión de entrenamiento.

El samurái se acercó al hijo del maestro y comentó en voz baja:

- Es una lastima que el maestro se haga anciano y pierda el pulso que le ha hecho legendario en todo Japón.

- ¿Por qué lo dices? - contestó el primogénito.

- Porque al lanzar ese tajo al moscardón, no ha conseguido alcanzarle, quizás por milímetros, pero se le ha escapado.

El otro hombre sonrió.

- Cierto, ha escapado vivo. Pero no te equivoques... ya no podrá tener descendencia....

sábado, 9 de agosto de 2008

Cuentos Zen


Zen es el nombre de una de las escuelas de Budismo más conocidas y apreciadas en Occidente. Muchos han sido sus grandes maestros y muy antigua es la tradición y enseñanzas Zen.

La mayoría de esas enseñanzas se hallan contenidas en los cuentos y relatos Zen, que se usaban para sembrar en el cuerpo emocional de los discípulos los sentimientos e ideas que caracterizan esta profunda filisofía de la que lo más conocido y divulgado son sus técnicas de lucha o artes marciales.

Sin embargo, en los cuentos Zen se hace hincapié en que lo importante es el sentimiento, el dominio de las emociones y el equilibrio mental.

Os presento aquí un relato del que podéis sacar vuestra propia enseñanza.


El increible Ki

Un Maestro de combate a mano desnuda enseñaba su arte en una ciudad de provincia. Su reputación era tal en la región que nadie podía competir con el. Los demás profesores de artes marciales se encontraban sin discípulos. Un joven experto que había decidido establecerse y enseñar en los alrededores quiso ir un día a provocar a este famoso Maestro con el fin de terminar con su reinado.

El experto se presento en la escuela del Maestro. Un anciano le abrió la puerta y le pregunto que deseaba. El joven anunció sin dudar su intención. El anciano, visiblemente contrariado, le explicó que esa idea era un suicidio ya que la eficacia del Maestro era temible.

El experto, con el fin de impresionar a este viejo medio chocho que dudaba de su fuerza, cogió una plancha de madera que andaba por allí y de un rodillazo la partió en dos. El anciano permaneció imperturbable. El visitante insistió de nuevo en combatir con el Maestro, amenazando con romperlo todo para demostrar su determinación y sus capacidades. El buen hombre le rogó que esperara un momento y desapareció.

Poco tiempo después volvió con un enorme trozo de bambú en la mano. Se lo dio al joven y le dijo:
- El Maestro tiene la costumbre de romper con un puñetazo los bambúes de este grosor. No puedo tomar en serio su petición si usted no es capaz de hacer lo mismo.

El joven presuntuoso se esforzó en hacer con el bambú lo mismo que había hecho con la plancha de madera, pero finalmente renunció, exhausto y con los miembros doloridos. Dijo que ningún hombre podía romper ese bambú con la mano desnuda. El anciano replicó que el Maestro podía hacerlo. Aconsejó al visitante que abandonara su proyecto hasta el momento que fuera capaz de hacer lo mismo. Abrumado, el experto juró volver y superar la prueba.

Durante dos años se entrenó intensivamente rompiendo bambúes. Sus músculos y su cuerpo se endurecían día a día. Sus esfuerzos tuvieron sus frutos y un día se presentó de nuevo en la puerta de la escuela, seguro de sí. Fue recibido por el mismo anciano. Exigió que le trajeran uno de esos famosos bambúes de la prueba y no tardo en calarlo entre dos piedras. Se concentró durante algunos segundos, levanto la mano y lanzando un terrible grito rompió el bambú. Con una gran sonrisa de satisfacción en los labios se volvió hacía el frágil anciano. Este le declaró un poco molesto:
- Decididamente soy imperdonable. Creo que he olvidado precisar un detalle: el Maestro rompe el bambú... sin tocarlo.

El joven, fuera de sí, contestó que no creía en las promesas de este Maestro cuya simple existencia no había podido verificar.

En ese momento, el anciano cogió un bambú y lo ató a una cuerda que colgaba del techo. Después de haber respirado profundamente, sin quitar los ojos de bambú, lanzó un terrible grito que surgió de lo más profundo de su ser, al mismo tiempo que su mano, igual que un sable, hendió el aire y se detuvo a 5 centímetros del bambú... que saltó en pedazos.

Subyugado por el choque que acababa de recibir, el experto se quedó durante varios minutos sin poder decir un palabra, estaba petrificado. Por último pidió humildemente perdón al anciano Maestro por su odioso comportamiento y le rogó que lo aceptara como discípulo.

domingo, 3 de agosto de 2008

Cuentos de los Derviches


Los Cuatro Tesoros Mágicos

Cuatro santos derviches de la jerarquía segunda, se reunieron y decidieron buscar, por toda la superficie de la tierra, objetos con los que pudiesen ayudar a la humanidad. Habían estudiado cuanta cosa estuvo a su alcance y concluyeron que mediante este tipo de cooperación podrían servir de la mejor manera posible.

Decidieron encontrarse nuevamente treinta años después.

El día indicado se reunieron nuevamente. El primero trajo consigo desde el extremo Norte un bastón mágico. Quien lo montase podía alcanzar su destino de inmediato. El segundo había traído del extremo Oeste una, capucha mágica. Quien la pusiera sobre su cabeza podría cambiar de inmediato su apariencia, logrando así hacerse pasar por cualquier otro ser viviente. El tercero, como resultado de sus viajes y búsquedas por el extremo Oriente, trajo un espejo mágico. Con sólo desearlo, se podía contemplar en él cualquier lugar de la Tierra. El cuarto derviche, trabajando en el extremo Sur, había traído un tazón mágico, con el que cualquier enfermedad podía curarse.

Así equipados, los derviches miraron en el Espejo para encontrar la fuente del Agua de la Vida, que les permitiría vivir lo suficiente como para dar uso eficaz a estos instrumentos. Encontraron la Fuente de la Vida; volaron a ella en el Bastón mágico y bebieron del Agua.

Una vez hecho esto, efectuaron una invocación para descubrir quién era el ser más necesitado de sus servicios. Apareció en el Espejo el rostro de un hombre que se encontraba al borde de la muerte. Se hallaba a muchos días de viaje.

Inmediatamente los derviches montaron el Bastón mágico y volaron en un abrir y cerrar de ojos, hasta el hogar del enfermo. "Somos famosos médicos", le dijeron al hombre que estaba en la puerta, «y nos hemos enterado de que tu amo se halla enfermo. Permítenos entrar y lo ayudaremos.

"Cuando el enfermo oyó esto, ordenó que los derviches fuesen traídos hasta su lecho. Sin embargo, tan pronto los vio, su salud empeoró; casi como si hubiese sufrido un ataque. Fueron echados de su presencia. Uno de los sirvientes les explicó que el enfermo era enemigo de los derviches y los odiaba. Colocándose, uno por uno, la Capucha mágica, cambiaron su apariencia tomando así un aspecto agradable para el enfermo. De esta manera se presentaron nuevamente, pero esta vez como cuatro médicos diferentes.

Tan pronto el hombre hubo bebido una medicina del Tazón Mágico, se sintió como nunca en su vida. Estaba contentísimo, y como era un hombre rico, recompensó a los derviches, obsequiándolos con una de sus casas; los derviches se instalaron en ella.

Se quedaron a vivir en esta casa, y todos los días se alejaban en distintas direcciones usando, para beneficio de la humanidad, los objetos mágicos que habían reunido.


Un día, sin embargo, cuando los otros derviches estaban haciendo sus recorridas habituales, llegaron unos soldados y arrestaron al derviche que poseía el Tazón que curaba. El rey de ese país había oído hablar de este gran médico; había mandado por él para que curase a su hija, que sufría una extraña enfermedad. El derviche fue conducido junto al lecho de la princesa. Le ofreció una de las medicinas que ella solía tomar, pero servida en el Tazón especial. Mas, encontrándose imposibilitado de consultar con el Espejo mágico cuál era la cura, ésta no dio resultado.

La princesa no mejoró, y el rey ordenó que se clavara al derviche en una pared. Este rogó que le dieran tiempo para consultar a sus amigos, pero el rey, que era impaciente, pensó que esto sólo era una estratagema para poder escapar.

Tan pronto como los otros derviches arribaron a su morada, miraron en el Espejo mágico para descubrir dónde había ido su compañero. Viéndolo al borde de la muerte volaron inmediatamente en su ayuda , utilizando el Bastón mágico. Lo salvaron justo a tiempo. Pero no pudieron salvar a la hija del rey, pues el Tazón no pudo ser encontrado.

Mirando en el Espejo mágico, los derviches vieron que había sido arrojado, por orden del rey, a los abismos del océano más profundo de la Tierra.

A pesar de disponer de los otros objetos milagrosos, les tomó mil años recobrar el tazón. A partir de la experiencia con la princesa, estos cuatro derviches trabajaron siempre en secreto, de manera que, mediante una hábil manera de actuar, cuanto hicieran en beneficio de la humanidad pareciese haber sido hecho en forma fácilmente explicable.



Una sola virtud o habilidad no sirve de mucho si actúa sola. Es necesaria una armonía entre las habilidades y virtudes del ser humano: Sentimiento, pensamiento, voluntad, confianza, deben ser fuertes por igual pues se apoyan unas en otras para conseguir la Paz del espíritu y la Salud del cuerpo.

Este cuento lo he encontrado en Hespérides

lunes, 9 de junio de 2008

Degradación personal

No sabía cómo titular esta entrada.

El sábado estuvimos Rosa y yo visitando a su tía en la residencia donde está interna porque la familia no puede hacerse cargo de forma adecuada de ella. Hace ya tres años que está allí y nuestro corazón se encoge cada vez que vamos a verla. Es más, se encoge cada vez que pensamos en ir a verla. Sufre Alzheimer. O tal vez sea demencia senil, complicada con niveles altos de azúcar y otros desarreglos funcionales lo que la ha llevado al estado en que se encuentra actualmente.

El caso es que está en su silla de ruedas, toda encogida, deformada por la postura incorrecta en la que está durante tantas horas al día, al no poder mantenerse por sí sola.

No sé si habéis estado en una residencia alguna vez. Las personas que aún están en pleno uso de sus facultades mentales y psicológicas puede que sólo sufran de soledad familiar, aunque allí pueden hacer amigos. Pero en la tercera planta, donde están los discapacitados mentales y físicos el ambiente es muy triste y deplorable. Lo es sin conocer a los internos. Un cuarto de hora allí es para ponerse a llorar. Veinticinco o treinta personas con la mirad perdida o gritando sus letanías o quejándose o dormitando encogidas en sus sillas un día tras otro es para volverse loco.

Los que hemos conocido a Elvira sentimos que el alma se nos rompe al verla así... allí. Lo único que queremos es que pase pronto su agonía.

Pensando en ella, he encontrado este cuento.

El tazón de madera

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años.

Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban.

La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso,derramaba la leche sobre el mantel.

El hijo y su esposa se cansaron de la situación. "Tenemos que hacer algo con el abuelo", dijo el hijo. "Ya he tenido suficiente. Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo".

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer.

Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera.

De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo.

Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.

El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo.Le preguntó dulcemente: "¿Qué estás haciendo?"

Con la misma dulzura el niño le contestó: "Ah, estoy haciendo un tazón para tí y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos."

Sonrió y siguió con su tarea.

Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia.

Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos siempre escuchan y sus mentes procesan los mensajes que absorben. Si ven que con paciencia proveemos un hogar feliz para todos los miembros de la familia, ellos imitarán esa actitud por el resto de sus vidas. Seamos constructores sabios, y modelos a seguir. La gente olvidará lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca cómo los hiciste sentir. He aprendido que independientemente de la relación que tengas con tus padres, los vas a extrañar cuando ya no estén contigo.

viernes, 6 de junio de 2008

La historia de Pepe


Mientras espero que la comida que ha preparado Rosa, mi mujer, esté el tiempo necesario en la olla rápida, y antes de irme al Instituto a terminar con el papeleo típico de las APAs en el fin de curso, voy a contar la historia de Pepe, que también es la de Paco, la de Toni, la de Pilar, la de Mila y la de tantas personas que, como Pepe, meditan su elección muchas veces al día.

Pepe era el tipo de persona que te encantaría ser. Siempre estaba de buen humor y siempre tenía algo positivo que decir.

Cuando alguien le preguntaba cómo le iba, el respondía: "Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo".

Era un Gerente único porque tenía varias camareras que lo habían seguido de restaurante en restaurante. La razón por la que las camareras seguían a Pepe era por su actitud. Él era un motivador natural: si un empleado tenía un mal día, Pepe estaba ahí para decirle al empleado cómo ver el lado positivo de la situación.

Ver este estilo realmente me causó curiosidad. Así que un día fuí a buscar a PEPE y le pregunté: No lo entiendo... no es posible ser una persona positiva todo el tiempo ¿Cómo lo haces?...

Pepe respondió: "Cada mañana me despierto y me digo a mí mismo, Pepe, tienes dos opciones hoy: Puedes escoger estar de buen humor o puedes escoger estar de mal humor. Escojo estar de buen humor".

"Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre ser una víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello".

"Cada vez que alguien viene a mí para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo el lado positivo de la vida".

Si, claro, pero no es tan fácil, protesté.

"Sí lo es", dijo Pepe. "Todo en la vida se basa en elecciones cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección".

"Tú eliges cómo reaccionas ante cada situación, tú eliges cómo la gente afectará tu estado de ánimo, tú eliges estar de buen humor o de mal humor".

"En resumen, TÚ ELIGES CÓMO VIVIR LA VIDA".

Reflexioné en lo que Pepe me dijo...

Poco tiempo después, dejé la industria hotelera para iniciar mi propio negocio. Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Pepe, cuando tenía que hacer una elección en la vida en vez de reaccionar contra ella.

Varios años más tarde, me enteré que Pepe hizo algo que nunca debe hacerse en un negocio de restaurante; dejó la puerta de atras abierta y una mañana fue asaltado por tres ladrones armados. Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano temblando por el nerviosismo, resbaló de la combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon. Con mucha suerte, Pepe fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una Clínica.

Después de ocho horas de cirugía y semanas de terapia intensiva, Pepe fue dado de alta, aún con fragmentos de bala en su cuerpo.

Me encontré con Pepe seis meses después del accidente y cuando le pregunté cómo estaba, me respondió:

"Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo".

Le pregunté qué pasó por su mente en el momento del asalto.

Contestó: Lo primero que vino a mi mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en el piso, recordé que tenía dos opciones: Podía elegir vivir o podía elegir morir. Elegí vivir".

¿No sentiste miedo? le pregunté.

Pepe continuó: "Los médicos fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien. Pero cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones en las caras de los médicos y enfermeras, realmente me asusté. Podía leer en sus ojos: Es hombre muerto. Supe entonces que debía tomar una decisión.

¿Qué hiciste? Pregunté.

"Bueno, uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y respirando profundo grité: - Si, a las balas - Mientras reían, les dije: estoy escogiendo vivir, opérenme como si estuviera vivo, no muerto".

Pepe vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su asombrosa actitud.

Aprendió que cada día tenemos la elección de vivir plenamente; la ACTITUD, al final, lo es todo.

"La historia de Pepe" la he encontrado en la sección "cuentos" de "elrincondeluz.com.ar"
La fotografía es de "dalequedale.com"

miércoles, 28 de mayo de 2008

El valor de la Palabra


Estaba meditando sobre la conveniencia de insertar un nuevo artículo en este espacio que comparto con vosotros dándome cuenta de que no había de ser un artículo cualquiera, de relleno, sino algo que tuviera sentido, algo que mereciera la pena y que expresara mi forma de sentir y pensar con respecto a las relaciones interpersonales, a las base y los ritos comunicativos que ejercemos las personas.

La base de comunicación que empleamos es la palabra. Hay otras formas de comunicación que se basan en medios visuales o táctiles. Imágenes, colores, luces y sombras, sabores, caricias o golpes, etc.

Se suele decir que una imagen vale mil palabras. Pienso que no siempre es así. Cuando intentamos comunicar a los demás nuestra particular visión de las cosas, nuestras teorías sobre el mundo, la vida, la sociedad, lo justo y lo bello, necesitamos utilizar palabras además de imágenes.

Cuando necesitamos comunicarnos con alguien en particular, para expresarle nuestro afecto o nuestro desacuerdo, nuestro antagonismo o nuestra connivencia, tenemos que usar la palabra.

La palabra es, tal vez, el medio más directo de expresar, de transmitir, ideas y energías que pueden hacer mucho bien o mucho mal a quien las escucha. Tal es el poder y el valor de la Palabra.

El valor de las Palabras

"Cuenta la historia que en cierta ocasión, un sabio maestro se dirigía a su atento auditorio dando valiosas lecciones sobre el poder sagrado de la palabra, y el influjo que ella ejerce en nuestra vida y la de los demás.

- "Lo que usted dice no tiene ningún valor"- lo interpeló un señor que se encontraba en el auditorio.

El maestro le escuchó con mucha atención y tan pronto terminó la frase, le gritó con fuerza: - "¡¡Cállate y siéntate, estúpido idiota!!".

Ante el asombro de la gente, el aludido se llenó de furia, soltó varias imprecaciones y, cuando estaba fuera de sí, el maestro alzó la voz y le dijo:

- "Perdone caballero, le he ofendido y le pido perdón; acepte mis sinceras excusas y sepa que respeto su opinión, aunque estemos en desacuerdo".

El señor se calmó y le dijo al maestro: - "Le entiendo, y también pido disculpas y acepto que la diferencia de opiniones no debe servir para pelear, sino para mirar otras opciones".

El maestro le sonrió y le dijo: - "Perdone usted que haya sido de esta manera, pero así hemos visto todos del modo más claro, el gran poder de las palabras, con unas pocas palabras le exalté y con otras pocas le calmé".

Las palabras no se las lleva el viento, las palabras dejan huella, tienen poder e influyen positiva o negativamente. . .

Las palabras curan o hieren a una persona. Por eso mismo, los griegos decían que la palabra era divina y los filósofos elogiaban el silencio.

Piensa en esto y cuida tus pensamientos, porque ellos se convierten en palabras, y cuida tus palabras, porque ellas marcan tu destino.

Medita sabiamente para saber cuándo y cómo hay que comunicarse y cuándo el silencio es el mejor regalo para ti y para los que amas.

Eres sabio si sabes cuándo hablar y cuándo callar.

Piensa muy bien antes de hablar, cálmate cuando estés airado o resentido, y habla sólo cuando estés en paz.

Recuerda que las palabras tienen poder y que el viento nunca se las lleva.

Las palabras encierran una energía que bien puede ser positiva o negativa. Recuerda: "Una cometa se puede recoger después de echarla a volar, pero las palabras jamás se podrán recoger una vez que han salido de nuestra boca"


viernes, 23 de mayo de 2008

La historia de Narciso y Eco


Disputan Júpiter y Juno acerca de cuál de los dos sexos goza más en el momento del amor. Es llamado, como juez, Tiresias, que había sido hombre y mujer; éste, por haber desairado a Juno, enceguece.

Júpiter, no pudiéndole devolver la vista, le otorga el don de la profecía. El primero en quien se vieron ratificados sus vaticinios fue Narciso, que, por estar enamorado de sí mismo, despreció a todas las mujeres y se convirtió en flor.

Entretanto que estos sucesos se desarrollaban, fatalmente, en la Tierra, y que los días del joven Baco seguían su destino, en el Olimpo, Júpiter y Juno, alegres por el auténtico néctar de los dioses, dialogaban acerca de quiénes reciben más placer en el éxtasis carnal: si las mujeres o los varones.

No se ponían de acuerdo, y decidieron someterse al parecer del sabio Tiresias, que había gustado del amor bajo los dos sexos.

¿Bajo los dos sexos? Sí, porque caminando un día por un bosque vio dos serpientes acopladas; dióles con su bastón y... ¡oh, cosa admirable!, se convirtió él, allí mìsmo, en mujer. Siete años después, vio a las mismas serpientes acopladas y pensó: "Si a quien os hiere dáis contrario sexo..." Volviólas a tocar con su bastón y quedó al punto transformado en varón. Tal fue la historia de Tiresias.

Este sabio juez, nombrado para dirimir la contienda, se inclinó por la opinión de Júpiter. Desairada Juno, privóle de la vista. Y como no era posible que un dios se opusiera al castigo dado por otro, Júpiter, queriendo recompensar a Tiresias, concedióle el don de la adivinación, reparando así en parte el mal que la diosa le había causado.

Pronto se hizo célebre el adivino en toda la Beocia por la verdad de sus horóscopos y la gravedad de sus consejos.

La bella Liriope fue la primera que certificó lo maravilloso de sus respuestas. El río Cefiso, enamoradizo, la aprisionó un día en el laberinto de eses de sus aguas y la violó reiteradamente. Quedó embarazada Liriope, y parió un hijo de tal hermosura que desde el momento de nacer ya fue amado por todas las ninfas. Se le llamó Narciso. Su madre acudió a Tiresias para que le adivinara el destino de su hijo, preguntándole si viviría muchos años. La respuesta, frívola al parecer, fue ésta: "Vivirá mucho si él no se ve a sí mismo". Pero el tiempo se encargó de demostrar su tino con el modo de perder la vida Narciso y su pasión insana.

Creció el hijo de Liriope con tales gracias de efebo, que mujeres y hombres le perseguían encalenturados por gozarle. Inútilmente. A hombres y mujeres desdeñaba con una decisión sorprendente. Estando de caza un día, le sorprendió la ninfa Eco...

Eco merece una digresión. Su alegría y parlanchinería cautivaron a Júpiter; sorprendidos en adulterio por Juno, castigóla ésta a que jamás podría hablar por completo; su boca no pronunciaría sino las últimas sílabas de aquello que quisiera expresar.

Pues bien, viendo Eco a Narciso quedó enamorada de él y le fue siguiendo, pero sin que él se diera cuenta. Al fin decide acercársele y exponerle con ardiente palabrería su pasión. Pero..., ¿cómo podrá, si las palabras le faltan?

Por fortuna, la ocasión le fue propicia. Encontrándose solo el mancebo, desea darse cuenta por dónde pueden caminar sus acompañantes, y grita: "¿Quién está aquí?".

Eco repite las últimas palabras: "... está aquí".

Maravillado queda Narciso de esta voz dulcísima de quien no ve. Vuelve a gritar: "¿Dónde estas?"

Eco repite: "... de estás?".

Narciso remira, se pasma. "¿Por qué me huyes?"

Eco repite: "...me huyes".

Y Narciso: "¡Juntémonos!"

Y Eco: "... juntémonos".

Por fin se encuentran. Eco abraza al ya desilusionado mancebo. Y éste dice terriblemente frío: "no pensarás que yo te amo..."

Y Eco repite, acongojada: "... yo te amo".

"¡Permitan los dioses soberanos --grita él-- que antes la muerte me deshaga que tú goces de mí!"

Y Eco: "...¡que tú goces de mi!"

Huyó, implacable, Narciso. Y la ninfa, así menospreciada, se refugió en lo más solitario de los bosques. La consumía su terrible pasión. Deliraba. Se enfurecía. Y pensó: "¡Ojalá cuando él ame como yo amo, se desespere como me desespero yo!"

Némesis, diosa de la venganza --y, a veces, de la justicia--, escuchó su ruego. En un valle encantador había una fuente de agua extremadamente clara, que jamás había sido enturbiada ni por el cieno ni por los hocicos de los ganados. A esa fuente llegó Narciso, y habiéndose tumbado en el césped para beber, Cupido le clavó, por la espalda, su flecha...

Lo primero que vio Narciso fue su propia imagen, reflejada en el limpio crístal. Insensatamente creyó que aquel rostro hermosísimo que contemplaba era el de un ser real, ajeno a sí mismo.

Sí, él estaba enamorado de aquellos ojos que relucían como luceros, de aquellas mejillas imberbes, de aquel cuello esbelto, de aquellos cabellos dignos de Apolo. El objeto de su amor era... él mismo. ¡Y deseaba poseerse!

Pareció enloquecer... ¡No encontraba boca para besar! Como una voz interior le reprochó: "¡Insensato! ¿Cómo te has enamorado de un vano fantasma? Tu pasión es una quimera. Retírate de esa fuente y verás cómo la imagen desaparece. Y, sin embargo, contigo está, contigo ha venido, se va contigo... ¡y no la poseerás nunca!"

Alzó los brazos al cielo Narciso. Llorando. Mesándose luego los cabellos. Y gritó, blasfemó casi: "Decidme, selvas, vosotras que habréis sido testigos de tantos idilios apasionados... ¿por qué el Amor es tan cruel para mí? Hace siglos que existís; decidme: ¿visteis nunca un amador obligado a sufrir designios más rudos? Yo veo al objeto de mi pasión y no le puedo encontrar. No me separan de él ni los mares enormes, ni los senderos inaccesibles, ni las montañas, ni los bosques. El agua de una fontana me lo presenta consumido del mismo deseo que a mí me consume. ¡Oh pasión mía! ¡Quienquiera que seáis, aproximáos a mí como a vos me aproximo! ¡Ni mi juventud ni mi belleza son causas para vuestro temor! Yo desdeñé el amor de todas las ninfas... No tengáis para mí el mismo desdén.

Pero... ¿si me amáis, por qué os sirvo de burla? Os tiendo mis brazos y me tendéis los vuestros. Os acerco mi boca y vuestros labios se me ofrecen. ¿Por qué permanecer más tiempo en el error? Debe ser mi própia imagen la que me engaña. Me amo a mí mismo. Atizo el mismo fuego que me devora. ¿Qué será mejor: pedir o que me pidan? ¡Desdichado yo que no puedo separarme de mí mismo!

A mí me pueden amar otros, pero yo no me puedo amar... ¡Ay! El dolor comienza a desanimarme. Mis fuerzas disminuyen. Voy a morir en la flor de la edad. Mas no ha de aterrarme la muerte liberadora de todos mis tormentos.

Moriría triste si hubiera de sobrevivirme el objeto de mi pasión. Pero bien entiendo que vamos a perder dos almas una sola vida".


Dicho esto, tornó Narciso a contemplarse en la misma fuente. Y lloró, ebrio de pasión, ante su propia imagen. Volvió a balbucir frases entrecortadas...

¿Quién? ¿Narciso? ¿Su imagen llorosa? "¿Por qué me huyes? Espérame. Eres la única persona a quien yo adoro. El placer de verte es el único que queda a tu desventurado amante".

Poco a poco Narciso fue tomando los colores finísimos de esas manzanas, coloradas por un lado, blanquecinas y doradas por otro. El ardor le consumía poco a poco. La metamorfosis duró escasos minutos. Al cabo de ellos, de Narciso no quedaba sino una flor hermosísima, al borde de las aguas, que se seguía contemplando en el espejo sutilísimo.

Todavía se cuenta que Narciso, antes de quedar transformado, pudo exclamar: "¡Objeto vanamente amado... adiós...!"

Y Eco: "... ¡adiós!", cayendo en seguida sobre el césped, rota de amor. Las náyades, sus hermanas, le lloraron amargamente mesándose las doradas cabelleras. Las dríadas dejaron romperse en el aire sus lamentaciones.

Pues bien: a los llantos y a las lamentaciones contestaba Eco... cuyo cuerpo no se pudo encontrar.

Y, sin embargo, por montes y valles, en todas las partes del mundo, aún responde Eco a las últimas sílabas de toda la patética humana.