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lunes, 8 de septiembre de 2008

El Loco


Cuando era un joven adolescente y estaba lleno de inquietudes y preguntas que nadie llegaba a satisfacer, comencé a buscar en los libros, en las reflexiones de pensadores y filósofos de otras culturas, las respuestas a las preguntas que los de la mía no acertaban más que avivarlas con sus "incongruencias".

Hoy he recordado a uno de esos filósofos que aportaron un grado de reflexión a mi inquieto espíritu y al de mucha gente de mi generación: Gibran Khalil Gibran.

Este sencillo y profundo pensador y filósofo libanés nació en Bicharre, en las montañas de el Líbano, el 6 de Diciembre de 1833. En 1894 emigra a EE.UU., a Boston. Regresa a su patria en 1898 y se queda completando sus estudios árabes en el Colegio de la Sabiduría de Beirut.

Regresa a Boston en 1902 y gana una beca para estudiar pintura en París, de donde regresa a Estados Unidos en 1910. Acaba su existencia terrenal en Nueva York el 10 de Abril de 1931 con 47 años de experiencias y reflexiones que quedarían reflejadas en sus obras más conocidas: "El Loco" (1918); "El Precursor" (1920); "El Profeta" (1923); "Arena y Espuma" (1927); "Jesús, Hijo del Hombre" (1928); "Los Dioses de la Tierra" (1931).

En aquéllos días de de juventud, en los que mi ánimo se inflamaba antes las injusticias y hervía de grandes ideales, fue providencial encontrar a este filósofo que contribuyó, con su estilo misterioso y enigmático, educar mi intelecto en el arte de leer entre líneas y reflexionar ente las grandes y escasas Verdades de la Vida.

Voy a compartir con vosotros alguno de los Cuentos incluidos en el libro "El Loco"

Me preguntas cómo...

Me preguntas cómo me volví loco. Ocurrió así:


Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que se habían robado todas mis máscaras, las siete máscaras que había modelado y usado en siete vidas.

Huí sin máscara por las atestadas calles gritando: "¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!"

Hombres y mujeres se reían de mí, y algunos corrieron a sus casas temerosos de mí.

Y cuando llegué a la plaza del mercado, un muchacho de pie sobre el techo de una casa, gritó: "¡Es un loco"!

Alcé la vista para mirarlo y por primera vez el sol besó mi rostro desnudo. Por primera vez el sol besó mi rostro desnudo, y mi alma se inflamó de amor por el sol y ya no deseé más mis máscaras. Como en éxtasis grité: "¡Benditos, benditos sean los ladrones que me han robado mis máscaras!"

Así fue cómo me volví loco.

Y he hallado libertad y salvación en mi locura; la libertad de estar solo y a savo de ser comprendido, porque aquellos que nos comprenden esclavizan algo nuestro.


Dios

En tiempos muy antiguos, cuando el primer estremecimiento del lenguaje llegó a mis labios, ascendí a la montaña sagrada y hablé a Dios, diciendo: "Señor, yo soy tu esclavo. Tu voluntad es mi ley y te obedeceré eternamente".


Pero Dios no respondió, y se alejó como si fuera una poderosa tempestad.

Y después de mil años ascendí a la montaña sagrada y, de nuevo, hablé con Dios, diciendo: "Creador, yo soy tu creación. Del barro me formaste y a ti debo cuanto soy".

Y Dios no respondió, y se alejó como un millar de alas veloces.

Y después de mil años trepé a la montaña sagrada y hablé con Dios otra vez, diciendo: "Padre, yo soy tu hijo. Con compasión y amor me diste nacimiento, y mediante mi amor y devoción heredaré tu reino".

Y Dios no respondió, y se esfumó como la niebla que cubre las montañas lejanas.

Y después de mil años trepé a la montaña sagrada y, de nuevo, hablé con Dios, diciendo: "Mi Dios, mi objetivo y mi realización; yo soy tu ayer y tú eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y tú eres mi flor en el cielo, juntos crecemos ante la faz del sol".

Entonces Dios se inclinó ante mí, y murmuró en mis oídos palabras de dulzura; y así como el mar acoge al arroyuelo que corre a su encuentro, así él me acogió.

Y cuando bajé a los valles y planicies allí también estaba Dios.

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