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jueves, 5 de enero de 2012

La Luz del mundo

Siempre es aconsejable mantener la serenidad y el aplomo suficientes para ser dueños de nosotros mismos. Ser dueños de nosotros mismos...

La mente es el rey de los sentidos, es la que nos puede permitir lograr lo que nos propongamos, es el motor de nuestro SER. Es una herramienta. Una herramienta que tiene que estar en perfectas condiciones para realizar su trabajo.

Lo que más afecta a la mente son los sentimientos, las emociones, las pasiones. Unos son como el aceite, otros son como la herrumbre. Unos facilitan la acción de la mente y los otros la entorpecen.

En torno nuestro hay mucha oscuridad mental, y también hay personas que con su Luz iluminan nuestro camino. ¡Que suerte cuando las encontramos!


ESTÁ EN NOSOTROS SER LUZ...




Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida.
La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella.
En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo.
Entonces, le dice: 
-¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves..
Entonces, el ciego le responde: – Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mi…



No solo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella.
Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.



Tenemos en el alma el motor que enciende cualquier lámpara, la energía que permite iluminar en vez de oscurecer…
Está en nosotros saber usarla.

domingo, 22 de junio de 2008

Algunas fábulas


Siempre me ha gustado mucho leer, y entre mis lecturas de siempre, han ocupado un lugar destacado las fábulas porque son relatos cortos y que contienen mucha enseñanza.

He encontrado en la Biblioteca Virtual "Miguel de Cervantes" las fábulas de Iriarte, de las que os muestro aquí unas pocas. Espero que os gusten.




Los dos conejos
No debemos detenernos en cuestiones frívolas, olvidando el asunto principal

Por entre unas matas,
seguido de perros
-no diré corría-
volaba un conejo.

De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»

«¿Qué ha de ser? -responde-;
sin aliento llego...
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».

«Sí -replica el otro-,
por allí los veo...
Pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos».

«¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo».

«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso».
«Son galgos, te digo».
«Digo que podencos».

En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.



El pato y la serpiente
Más vale saber una cosa bien que muchas mal

A orillas de un estanque,
diciendo estaba un pato:
«¿A qué animal dio el cielo
los dones que me ha dado?

Soy de agua, tierra y aire:
cuando de andar me canso,
si se me antoja, vuelo;
si se me antoja, nado».

Una serpiente astuta,
que le estaba escuchando,
le llamó con un silbo
y le dijo «¡Seó guapo!

no hay que echar tantas plantas;
pues ni anda como el gamo,
ni vuela como el sacre,
ni nada como el barbo;

y así, tenga sabido
que lo importante y raro
no es entender de todo,
sino ser diestro en algo».


El manguito, el abanico y el quitasol
También suele ser nulidad el no saber más que una cosa; extremo opuesto del defecto reprehendido en la fábula antecedente

Si querer entender de todo
es ridícula presunción,
servir sólo para una cosa
suele ser falta no menor.

Sobre una mesa, cierto día,
dando estaba conversación
a un abanico y a un manguito
un paraguas o quitasol.

Y, en la lengua que en otro tiempo
con la olla el caldero habló,
a sus dos compañeros dijo:
«¡Oh, qué buenas alhajas sois!

Tú, manguito, en invierno sirves;
en verano vas a un rincón.
Tú, abanico, eres mueble inútil
cuando el frío sigue al calor.

No sabéis salir de un oficio.
Aprended de mí, pese a vos,
que en el invierno soy paraguas
y en el verano quitasol».


jueves, 17 de abril de 2008

Cuentos sufís


Suelo buscar en los cuentos, mitos y leyendas, historias que me ayuden a aliviar el peso que en mi ánimo se acumula al ver cómo somos las personas, en qué basamos nuestras metas, de qué modo trazamos el camino de nuestras vidas.

Es un método eficaz. Pillas un libro de cuentos, o de un filósofo, o cualquier otra obra que te guste, que te llegue al alma, lo abres al azar después de haber deseado luz y consejo sobre lo que te inquieta, y cuando lees, allí está la respuesta.

Hoy he abierto mi "libro de cuentos sufís" y he encontrado éste. No he buscado más.


El camino de siempre

Un día, un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pastura. Como era un animal irracional, abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas, subiendo y bajando colinas.

Al día siguiente, un perro que pasaba por allí usó ese mismo sendero para atravesar el bosque. Después fue el turno de un carnero, jefe de un rebaño, que viendo el espacio ya abierto hizo a sus compañeros seguir por allí. Más tarde, los hombres comenzaron a usar ese sendero: entraban y salían, giraban a la derecha y a la izquierda, descendían, se desviaban de obstáculos, quejándose y maldiciendo, con toda razón. Pero no hacían nada para crear una nueva alternativa.

Después de tanto uso, el sendero acabó convertido en un amplio camino donde los pobres animales se cansaban bajo pesadas cargas, obligados a recorrer en tres horas una distancia que podría haber sido vencida en treinta minutos si no hubieran seguido la vía abierta por el becerro.

Pasaron muchos años y el camino se convirtió en la calle principal de un poblado y, finalmente, en la avenida principal de una ciudad. Todos se quejaban del tránsito, porque el trayecto era el peor posible.

Mientras tanto, el viejo y sabio bosque se reía, al ver que los hombres tienen la tendencia a seguir como ciegos el camino que ya está abierto, sin preguntarse nunca si esa es la mejor elección.


La foto que ilustra la entrada la he tomado de :http://blogs.hoymujer.com/index.php/ies/2008/04/02/

sábado, 1 de marzo de 2008

Cuentos con moraleja



El paradigma de la riqueza


Una vez, un padre de una familia acaudalada llevó a su hijo a un viaje por el campo, con el firme propósito de que éste viera cuán pobre era la gente del campo, que comprendiera el valor de las cosas y lo afortunados que eran ellos.
Estuvieron por espacio de un día y una noche completos en una granja de una familia campesina muy humilde.
Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su hijo:
- Qué te pareció el viaje?...
-¡ Muy bonito Papá ...!
- ¿Viste qué tan pobre y necesitada puede ser la gente?
-¡¡ Si..!!
- ¿Y qué aprendiste..?
- Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro.
Nosotros tenemos una piscina de 25 metros, ellos tienen un riachuelo que no tiene fin.
Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas.
Nuestro patio llega hasta el borde de la casa, el de ellos tiene todo un horizonte.
Especialmente Papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia.
Tu y mamá tienen que trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo.

Al terminar el relato, el padre se quedó mudo ... y su hijo agregó:
- ¡¡Gracias Papá, por enseñarme lo rico que podríamos llegar a ser...!!



La Tristeza y la Furia

En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta...


En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas...

Había una vez... un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente...

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la Tristeza y la Furia.

Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque.

La Furia, apurada (como siempre está la Furia), urgida -sin saber por qué- se bañó rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua...

Pero la Furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró... Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la Tristeza...

Y así vestida de Tristeza, la Furia se fue.

Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la Tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque. En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.

Como todos sabemos, si hay algo que a la Tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la Furia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la Furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta Furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la Furia, en realidad... está escondida la Tristeza.

jueves, 9 de agosto de 2007

Cuentos, Fábulas y leyendas


En vacaciones, es normal y aconsejable, en nuestra cultura, cambiar de actividad, relajarse o sólo cambiar el ritmo llevado durante el resto del año.

A mí, que me gusta leer, también me gusta compartir aquéllo que me gusta a mí con quien quiera aceptar lo que ofrezco y se me ha ocurrido insertar varios cuentos de diversas culturas, para solaz y comentario vuestro, amables lectores.

No son míos, ¡ya quisiera yo! Pero como si lo fueran. Éste es Sufí. Lo más probable es que todos sepáis qué es el Sufismo. Pero puede que alguien no haya tropezado aún con este concepto y tenga curiosidad. Juan Bautista Pino Pérez ha recopilado muchos cuentos que resumen el pensamiento de esta filosofía de vida. Ahí va uno de esos cuentos:

¿Buena o mala suerte?


Había una vez un hombre que vivía con su hijo en una casita del campo. Se dedicaba a trabajar la tierra y tenía un caballo para la labranza y para cargar los productos de la cosecha, era su bien más preciado. Un día el caballo se escapó saltando por encima de las baldas que hacían de cuadra. El vecino que se percató de este hecho corrió a la puerta de nuestro hombre diciéndole:

-Tu caballo se escapó, ¿que harás ahora para trabajar el campo sin él? Se te avecina un invierno muy duro, ¡qué mala suerte has tenido!

El hombre lo miró y le dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.

Pasó algún tiempo y el caballo volvió a su redil con diez caballos salvajes con los que se había unido. El vecino al observar esto, otra vez llamó al hombre y le dijo:

-No solo recuperaste tu caballo, sino que ahora tienes diez caballos más, podrás vender y criar. ¡Qué buena suerte has tenido!

El hombre lo miró y le dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.

Más adelante el hijo de nuestro hombre montaba uno de los caballos salvajes para domarlo y cayó al suelo partiéndose una pierna. Otra vez el vecino fue a decirle:

-¡Qué mala suerte has tenido! Tu hijo se accidentó y no podrá ayudarte, tu eres ya viejo y sin su ayuda tendrás muchos problemas para realizar todos los trabajos.

El hombre, otra vez lo miró y dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.

Pasó el tiempo y en ese país estalló la guerra con el país vecino de manera que el ejército iba por los campos reclutando a los jóvenes para llevarlos al campo de batalla. Al hijo del vecino se lo llevaron por estar sano y al de nuestro hombre se le declaró no apto por estar imposibilitado. Nuevamente el vecino corrió diciendo:

-Se llevaron a mi hijo por estar sano y al tuyo lo rechazaron por su pierna rota. ¡Qué buena suerte has tenido!

Otra vez el hombre lo miró diciendo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.